El asado que calienta el estómago

Aquella taberna era el lugar de paso de muchos, no sólo humanos sino también elfos y enanos, de diferentes seres originarios de más allá de Midgard. En realidad poco importaba, en aquel lugar hacían una carne asada de muerte y servían una de las mejores cervezas que había probado nunca, negra, claro está.

El calor de la chimenea calentaba el lugar, todos parecían estar agradecidos por el agradable ambiente que reinaba pues fuera reinaba el crudo invierno, un invierno que ya existía cuando nací y que no se marchaba. Las historias hablaban de gigantes de hielo y de la sensación de estar abandonados por los dioses, la gente pasaba hambre, frío y miedo pero en aquel lugar las penas parecían olvidarse por el discurrir del alcohol, la música de los bardos y el ligero ambiente festivo, unos momentos de júbilo y jolgorio para poder olvidar durante unos momentos que la situación estaba bien jodida.

Y ahí estaba yo, disfrutando de un merecido descanso, devorando con ansia la carne asada y bajándola con tragos de la cerveza de una enorme jarra, aquella mañana había apresado a unos bandidos que asediaban un pueblo cercano y me habían recompensado sustancialmente aunque al ver la situación en la que se encontraba aquel pueblo tan sólo acepté parte del dinero.

Los habitantes de Midgar solíamos ser altos pero aquel hombre y yo lo éramos bastante por encima de la media, de hecho parecía un guerrero curtido en la batalla y parecía tener un apetito similar al mío aunque a diferencia de él yo prefería la carne de venado, de un sabor más fuerte pero era a la que estaba acostumbrado, la que más solía consumirse en mi pueblo de origen.

No era muy amigo de las relaciones sociales profundas pero de vez en cuando una buena charla sobre pasadas experiencias era agradable, sobre todo si uno podía aprender del otro. De modo que decidí romper el hielo y entablar relación con él: - Tiene buen apetito, señor - dije tras tragar un buen pedazo de carne y bajarlo con un trago de cerveza - y parece usted curtido en la batalla, siempre es agradable cenar en buena compañía si me permite decirlo. - le dije alzando la copa en señal de brindis.

Sí, aquel hombre era un guerrero digno y orgulloso, su comportamiento en la mesa indicaba que estaba relajado y disfrutando de la velada, incluso aquel sonoro eructo despertó la admiración de algunos de los presentes con un aplauso.

Por mi parte emulé un trago similar al suyo pero no llegué a expulsar los gases por mi garganta, en su lugar preferí proseguir con la conversación: - Soy un viajero de Midgar en busca de su destino pero podría decirse que mi familia es de origen celta aunque estoy seguro de que también tienen sangre nórdica, de ahí mi nombre, aunque mi apellido sigue la tradición local - entonces extendí mi mano con la intención de estrechar la ajena - Mi nombre es Bryant, Bryant Önnurson. Quizá podríamos compartir alguna buena historia, tengo algunas en mente pero estoy seguro de que las suyas serán más interesantes - le propuse alzando de nuevo mi jarra para volver a beber de ella; esta vez sí, un sonoro eructo, quizá más potente que el anterior, resonó en la estancia sobre el nivel de la música.

Escuchar la voz de la experiencia era una excelente oportunidad para aprender, podía extraer algún consejo que otro que pudiera salvarme la vida en situaciones venideras.

Me uní a las risas al recrear la historia que narraba, la creencia en los dioses parecía provocar guerras en tierras lejanas pero aquí, en Midgard, la cosa no era muy diferente. Yo mismo podría ser linchado en público o ser ejecutado por declarar mi no creencia en Odín, Thor, Freya y demás. Por ello disimulaba y aparentaba ser un hombre de fe. Precisamente en mi aldea se alababa a Freya para pedir abundancia y fertilidad para las mujeres.

- ¡Ja! Una gran historia, veo que los dioses le han sido altamente propicios - dije tras haber comido el último trozo de carne y bebido el último trago de cerveza, no había quedado satisfecho del todo pero no deseaba desperdiciar el dinero que tenía, podían venir tiempos peores y más valía que tuviera siempre algo de reserva, por si acaso.

- Yo quiero contaros otra historia, no es tan espectacular como la anterior pero creo que servirá. Hace casi un año, en una ciudad no muy lejana de aquí, vino un campesino pidiendo ayuda, al parecer unos bandidos acosaban a su aldea año tras año. El hombre quería reclutar a algunos guerreros para expulsar o eliminar a los bandoleros pero no podían permitirse una buena paga - carraspeé - Sólo siete aceptamos, por mi parte lo hice en parte porque parecía desesperado pero también porque hacía tiempo que no combatía y temía estar oxidándome. El caso es que partimos hacia aquel pueblo, muchos parecían confiados en que sería fácil pero yo no estaba tan seguro, al final tenía razón, la cosa se complicó.

Entonces decidí hacer una pausa dramática, esperando que la gente pidiera que continuara.

- Desertores de no sé qué ejército, esos cabrones estaban bien entrenados y tenían buen equipo - sentencié - afortunadamente contábamos con el factor sorpresa y no nos esparaban.

Les conté cómo, junto con los campesinos, preparamos el terreno de la aldea, montando barricadas y escondimos a los aldeanos para que al llegar los saqueadores pareciera una aldea abandonada. Fue entonces cuando salimos y les rodeamos.

- Ehem, tengo la boca seca, ¿alguien puede invitarnos a un trago a mi compañero y a mi para refrescarnos? - dije echándole valor, quizá consiguiera una bebida gratis y, de paso, invitaba al soldado veterano de mi lado.

No pasaron dos minutos y ambos teníamos dos enormes jarras de cerveza, bebí un trago y proseguí con la narración, describiendo la encarnizada batalla, cómo mi espada cortaba y mi escudo detenía los golpes. - Tres, de siete mercenarios sobrevivimos tres - mascullé algo apenado - En fin, al menos defendimos a los campesinos, hay veces que siento que fuimos enviados por los dioses en respuesta a sus plegarias pero quizá esté siendo demasiado arrogante al decir eso así que pido disculpas de antemano.

Mi narración terminó con un nuevo trago a la gran jarra de cerveza que me habían pagado, me sentí orgullos al narrarla pues fue una de mis hazañas más memorables, aunque tampoco es que haya tenido muchas historias que contar.

La cerveza volvió a acabarse pero me apetecía más, estaba disfrutando de un excelente momento y no quería gastar mucho más dinero así que tuve una idea. Quizá me saliera mal la jugada y acabara gastando más de lo que pretendía pero eso le daría al asunto más emoción. Sin mediar palabra despejé un poco la mesa de platos y jarras y me encaré a mi compañero de mesa.

- Nuestras jarras vuelven a estar vacías, para colmo no conozco su nombre todavía, no obstante querría hacer una pequeña apuesta con usted - le dije mirándole fijamente a los ojos, como desafiándole - un pulso. Quien gana le paga una bebida al otro.

Entonces coloqué mi brazo en posición, cabía la posibilidad de que rechazara pero lo poco que había conocido de él me era suficiente - ¿o acaso no se atreve?

Aquel guerrero me vencería en un combate singular, él tenía bastante más experiencia, pero en un pulso era fuerza contra fuerza y ahí mis opciones aumentaban.

Eric Skarsgaard era fuerte, aparentemente tenía las de ganar pero él desconocía, y yo también, que por mis venas corría la sangre de un dios. Siempre había sido alguien fuerte y resistente pero nunca lo achaqué a algo divino, más que nada porque, paradójicmaente, no tenía fe en los dioses. Claro está, no lo hacía público.

Durante los primeros momentos parecía que iba a perder pero mis fuerzas se renovaron de repente y no tardaron en darme ventaja, ayudándome a dar el pulso final que provocaba que la mano contraria golpeara la mesa de madera. Sonreí. No esperaba tenerlas todas conmigo pero le gané, de nuevo tendría una bebida gratis, la noche mejoraba.

- Espero que tengas dinero de sobra, sajón - murmuré, había sido divertido ver cómo se pavoneaba y cómo recibía una lección de humildad.

Aquello no me lo esperaba, había sido un buen golpe pero me resultó divertido ver cómo era su único recurso ante la impotencia de su orgullo herido. Aquella tercera cerveza no podía saber mejor, a victoria. - Brindemos de nuevo, sajón, tienes un brazo fuerte, en serio, el segundo más fuerte del lugar al menos -comenté alzando mi jarra y sonriendo - Que los dioses te sean propicios. .

La música seguía sonando alegremente, tras el incidente de los bandidos que narré anteriormente necesitaba relajarme de ese modo, traté de disfrutarlo pues posiblemente no se volvería a repetir en meses.

- Sería una excelente jesta, sin duda, pero me temo que debo rechazar la oferta. Es tan sólo que me prometí a mi mismo al empezar mi viaje que no serviría a ningún señor - le dije con tono cortés - me temo que mi destino no está junto a un ejército conquistando territorios y saqueando riquezas de otros reinos. La sangre de un país también la componen los humildes, aquellos azotados por el largo invierno que dura 5 generaciones y que apenas pueden sobrevivir. - tras mis palabras, un nuevo trago de cerveza bajó por mi garganta.

Mi rostro quedó algo compungido, mi propio pueblo cayó por culpa del frío extremo. Recordé que tan sólo 6 personas sobrevivimos, los jóvenes preparados físicamente para las condiciones climatológicas y para resistir el hambre y las enfermedades. Por un momento me pregunté qué fue de ellos.

No me inmuté ante tal arrebato de furia, conocía de sobra las normas de aquel lugar y estaba seguro de que él también, no era un simple guerrero iracundo que se dejaba llevar por sus emociones, era un líder nato y no osaría levantar su espada contra mí, al menos allí.

- Los humildes y débiles aran las tierras, cuidan del ganado y levantan los hogares. ¿Quién crees que cultiva el cereal y prepara la cerveza que estás bebiendo? ¿Quién crees que ha construido el asiento donde has sentado tu culo? - entonces me levanté despacio para no aparentar agresividad - señor, ha sido un honor beber a su lado pero no consiento que se me levante la voz de esa manera tan arrogante por muy señor de los sajones que usted sea, no soy uno de sus hombres y, aunque le pese, no le debo lealtad alguna. Buenas noches. - dije, mi tono no era amenazante pero sí pretendía dejar las cosas claras.

Tras mis palabras me alejé de la mesa, dispuesto a alejarme del gentío y volver a la soledad de la habitación que había pagado para pasar la noche.