Al pairo

No soplaba ni una brizna de viento en el Mar Interior.

Era raro, normalmente en un espacio tan abierto las corrientes fluían sin obstáculos, rizando la superficie de las aguas con olas juguetonas. Siempre los abundantes árboles de las costas se movían, centelleaban sus hojas bajo el sol, y susurraban entre sí las copas, compartiéndose mensajes ancestrales.

El dios de las aguas, Njördr, contemplaba todo desde la baranda de su barco, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. No era natural la ausencia de siquiera una brisa en el aire, y allí en la morada de los vanir, todo se gobernaba siempre por las leyes de la naturaleza.

La calma del mar no auguraba nada bueno.

El dios comenzó a pasear pensativo por el borde de la cubierta, a veces mirando el suelo, a veces oteando el horizonte en busca de una señal de que el viento retornaría.

Nada.

-El viento calla -se dijo de pronto. Se acercó a la barandilla, apoyó sus manos nudosas en ella y miró la lejanía.- ¿Qué o quién será responsable de semejante trastorno en el universo?

El Yggdrasil se alteraba cuando criaturas ajenas a él comenzaban a caminar por sus ramas, y Loki era un ajeno fuera de su reino. Sin molestarse en utilizar un portar estaba caminando por una de las ramas que bordeaba uno de los mundos más puros. El mar temblaba ligeramente a cada paso del Dios sobre la raíz del árbol de la vida y del otro lado del agua calma se veía la isla de Vanaheim. Los vientos estaban quietos, expectantes a lo que haría la presencia intrusa, quizás avisándole a su guardián que algo no estaba bien.

Al ver el barco del viejo Dios sonrió y paso a paso su presencia se volvió invisible y sus pasos se desviaron hacia el agua dejando ondas circulares a cada paso que daba delatando por donde iba caminando, así mismo el hecho de estar utilizando magia y alterar ligeramente el flojo natural de esta en el ambiente. Se acercó hacia un lado del barco-pueblo del Dios hacia donde este se posaba en el borde.

Estando invisible hundió la punta de su lanza en el agua y una forma alargada comenzó a brotar del agua conformada por misma agua. Comenzando a contornearse delante del peliblando alacanzó su altura y lentamente comenzó a tomar la forma de una serpiente cobra con sus fauces abiertas sacando su delgada lengua goteante de manera amenazadora.

No escaparon a su vista las perturbaciones sobre el líquido elemento que sostenía a Nóatún. Giró hacia allí la cabeza y caminó por el borde de la cubierta en dirección al extraño fenómeno. Como de costumbre, su avance hizo que el aire abriese sus ropajes azules y los cabellos blancos y ondulados que le coronaban, haciéndole parecer una ola marina.

-Manifiéstate como eres, visitante -increpó con calma, y levantó una mano como bendiciendo.- Si tus intenciones son pacíficas, nadie aquí te hará daño.

Como respuesta, todo lo que obtuvo fue un acto de magia. Vio la efigie reptiliana formarse y la contempló en el proceso con total calma. La cobra le amenazó con sus fauces mortales y sus ojos fijos, pero ni un pelo se movió en la barba del padre de los Vanir. Se miraron frente a frente.

En vez de volver a hablar, el dios volvió a realizar un gesto simple con su mano.

Obedeciéndole al momento, la superficie del mar se agitó un poco y aconteció un extraño fenómeno. Cual si lloviese, pero en dirección contraria al curso natural de las precipitaciones, surgieron múltiples gotitas de agua marina que ascendieron por el aire y saltaron alegres hasta una altura de cinco metros y de vuelta al mar, una y otra vez.

El dios dirigió su mirada a la silueta vacía que se formó allí donde las gotas alcanzaban un cuerpo sólido e invisible.

-¿Quién eres? -preguntó con tranquilidad.

El agua se agitó ligeramente pero el Dios pelinegro no se movió del lugar, ni siquiera cuando las miles de gotitas le golpearon con suavidad mojádnole y resvalándo sobre la superficie invisible delineando en vacío la silueta del Dios del Engaño. Sonrió pese a que el gesto no se vería y su mano se movió ligeramente haciendo que la serpiente se contornease un poco cubriendo su cuerpo con pequeñas escamas de hielo dándole un aspecto de cristal facetado. Cerró su mano y la serpiente chasqueó sus dientes al morder al aire salpicando a su alrededor y directamente atacó al anciano embistiendo hacia adelante con sus fauces abiertas.

La serpiente embistió pero sin hacer daño, solo deshaciendose en agua como era y las escamas cayendo a los pies del mayor cuando rebotaron en su pecho como un baldazo de cubitos pequeños de hielo. La risa estridente del Dios del Engaño no se dejó desear y pese a su invisibilidad se escuchó clara con eco en el lugar silencioso y calmo. La figura trasparente se inclinó levantando la lanza llevando una mano a su estomago mientras daba un salto para posarse en el borde de la barca volviendo a tomar color y forma con su brillante armadura dorada y verde, así como su lanza de ligera luminiscencia azulada.

Cuando el reptil de agua se abalanzó sobre él, el anciano dios adelantó su mano para protegerse del supuesto ataque, más sus reflejos no fueron suficientes para detener la cobra que se le arrojaba encima. Tampoco fue necesario, no salió dañado, y a su alrededor cayeron mil fragmentos de hielo que reflejaban alegremente los rayos del sol, centelleando como chispitas.

Njördr levantó la mirada y vio al dios que se había posado en la baranda de Nóatún, reconociéndolo enseguida por sus ropajes característicos y su casco inconfundible. Comprendió entonces que todo había sido obra de una inocua hechicería, conocedor como era de la fama que se había hecho el dios a base de travesuras.

La reacción del dios de las aguas fue tal vez un tanto inesperada, dada la situación. No montó en cólera ni se ofendió de modo alguno ante el engaño. Sus ojos se cerraron, se llevó las manos a la barriga, y comenzó a carcajear alegremente.

-Loki de Asgard -dijo, cuando sus risas se calmaron-. Qué bueno que no se ha apagado en ti el espíritu del juego. En tiempos tristes como éstos, harán mucha falta dioses como tú. Vaya que me has engañado. -Rió un poco más.

Dio un paso atrás y abrió el brazo en gesto de invitación.

-Resulta curioso verte aquí, en Vanheim. ¿Qué te trae por estas tierras? Ven, caminemos, y podrás contarme tu historia.

Contrario a lo esperado de su parte también, no se enojó, al contrario, su risa volvió a aflorar riéndose a la par con el anciano Dios. No hacía bromas para enfurecer, solo por diversión, y ya el rostro de sorpresa al ser mojado era más que suficiente para mostrar sus dos hileras de blancos dientes en una curva de alegría en su rostro que últimamente no mostraba más que seriedad y enojo. Así mismo, mismas curvas invertidas se mostraban en sus ojos cerrados y en las pequeñas arrugas que se formaban en su rostro por la risa.

Apoyó su lanza en el borde del barandal y apoyó su peso en el pie opuesto mientras su mano libre se frotaba un ojo intentando calmar su risa. Le tomó algunos segundos recuperar su respiración y mirar al otro con un semblante alegre. Su mano sacudió su capa dejando ver una avalancha de puntos de arco iris al deshacerse del agua que la cubría y de un corto salto pasó al interior del territorio del Dios... bueno, del hogar del Dios, ya su territorio lo haía invadido al tocar las raíces del Yggdrasil en aquel reino. Se acercó un par de pasos con su intachable sonrisa - Los tiempos son duros, Njördr de Vanaheim. Pero uno no debe perder la esencia de lo que es, incluso en los climas más secos. - se acercó a cortos pasos a la par de l peliblanco para caminar a su lado.

Si bien no era bien recibido entre otros Dioses muchas veces el mismo pelinegro necesitaba algo de contacto, intercambiar palabras, conversar siquiera... Muchas veces recordaba los tiempos en que aún vivía en Asgard y que aún vivía entre los Dioses, donde podía bromear a gusto y no era exiliado. Verdaderamente había pasado mucho tiempo en Jötunheim pensando en que momento su plan falló y terminó en el exilio... pero también pensando que lamentándose no solucionaría nada.

- La verdad nada en particular, necesitaba un cambio de ambiente y solo salí a caminar por las raíces del Yggdrasil hasta que llegué a aquí. No sabía que los 9 reinos estuviesen tan vacíos... No se escucha más que el sonido del silencio y el viento a donde quiera que se acuda... incluso en Asgard los Dioses están fuera de las calles. Tanto tiempo dentro de Jötunheim me habían hecho perder algo de noción de que el invierno golpease tan duro... - por alguna extraña razón se sintió suficientemente cómodo como para hablar con el otro, si bien muchas cosas guardaba aún y otras solo eran exageraciones para resaltar un punto de vista positivo en sus impresiones.

-Temo que no me he movido mucho últimamente. Sé que los pedidos de los mortales se han incrementado, pero no sabía que fuera tal la magnitud del problema.

No se advertía tensión alguna en el anciano, a pesar de estar caminando lado a lado con quien algunos consideraban la peor amenaza del mundo divino. Njördr tomó un largo bastón de madera sencilla tallado con figuras de peces, que había dejado apoyado contra la pared externa de uno de los camarotes, y ayudándose de él caminó tranquilamente por la cubierta. Dar la vuelta completa a la embarcación les tomaría un buen rato, una hora tal vez, por no contar los mil desvíos que podían tomar si se adentraban en las callejuelas entre las casetas que poblaban la superficie del navío.

Algún que otro habitante de Nóatún advirtió la presencia del dios visitante, y como era de esperarse mostraron algún signo de inquietud, miedo o desconfianza. Sin embargo, en lo que a Njördr se refería, podría estar paseando junto a su amigo de más confianza, por la guardia baja con que caminaba.

-Espero que el sueño de Odín no se extienda mucho más -dijo, acariciándose suavemente la barba-. Caso contrario, el mundo quedará transformado de un modo tan profundo que probablemente no le reconozcamos de aquí a cien años.

No le importaba como los demás le miraban, al contrario, sentía hasta placer de que le mirasen de aquella manera, de llegar al punto de fama que le diera un estatus, negativo o positivo ya no le importaba. De una forma buena o mala llegaba al estatus de Thor, ya sea pro antítesis o por verdadera igualdad... claro, no era lo que buscaba de su padre pero era algo secundario en este momento realmente.

Escuchaba las palabras del anciano usando su lanza como bastón mientras caminaba, solo por costumbre que por realmente necesitar apoyo, algo meramente estético. Asintió a la par de sus palabras hasta que al final negó - Se nota que no has salido de tu lugar. El mundo ya está irreconocible, cualquiera de los 9 mundos parece Jötunheim por sus paisajes nevados y desolados, solo falta el cielo negro para completar el cuadro. - suspiró como si aquello le causase especial pesar - Es tan triste de ver... y más aún ver que los Aesir no hacen nada por ayudar siendo los únicos que podrían llegar a hacer nada. Los muspelhenianos se mantienen en sus tierras al parecer por que, si bien ni he pasado por Muspelheim, tampoco se ha cruzado en mi camino ningún piel carmín. - comentó como algo superficial desviando su mirada esmeralda hacia el agua calma nuevamente.

No tenía intenciones particulares con el anciano pero comenzaba a ver que podría sacar algo de provecho de aquello.

-Oh, ¿tanto así? -preguntó el anciano, con calmo interés. Se dio unos momentos para pensar, y perdió su mirada hacia adelante mientras seguía andando ayudado por su bastón.

-En ese caso, realmente esta situación no tiene precedentes en la historia de los nueve reinos. El velo de gracia que cubre Vanaheim ha sido por ahora suficiente para contener el avance de los hielos impiadosos, pero si dices palabras ciertas, resulta evidente que hay algo en las entrañas del mundo que ha fallado cuando nunca debería fallar.

A pesar de la gravedad de las palabras del venerable, su semblante, si bien serio, no traslucía la magnitud de la catástrofe que estaba describiendo. Era una mezcla de su edad y la natural tendencia de los vanes a la contemplación pasiva de la vida, como si fueran ajenos al resto de los reinos; el anciano no se conmovía, sino que observaba la situación desde lejos casi como si no le fuese a afectar. Sin embargo, sí miró en derredor, hacia el horizonte, y abrazó con sus ojos el paraje de la tierra de los vanes, como queriendo grabar en su memoria una imagen que podría llegar a perderse para siempre.

-Hablas de los asgardianos en tercera persona, Loki -dijo entonces el anciano, mirándole-. Tus emociones siempre han sido un profundo misterio para todos los demás, y hasta a mis ancianos ojos esquiva tu corazón. ¿Hay algo en toda esta situación que te lleve a regodearte?

Vanaheim parecía aislada de todo mal, el agua seguía tranquila, incluso al ser mojado por esta no sintió el frío calar sus huesos, parecía de temperatura normal. Recién ahora prestaba más atención a su alrededor, al clima y a los habitantes, así como la forma que le miraban. Instintivamente se encorvó un poco en una pose ligeramente más hostil mientras caminaba pero las palabras del anciano tenían un efecto tranquilizante en el pelinegro que enseguida le hacía bajar nuevamente su guardia y volver a enderezarse. Su rostro se giró hacia el peliblanco escuchandole con mayor atención cuando mencionó aquella acotación que pensaba que se daba por sentada y que pasaba bastante desapercibida. - Creí que la noticia se había corrido por todos los 9 reinos. Mi exilio, el rechazo de Odín hacia mí... - aquellas palabras no fueron dichas ni con dolor ni con odio, quizás si un poco de pena y ronca, como si su garganta estuviese cubierta de arena.

Su mirada esmeralda era tan cristalina como la piedra preciosa de mismo color, siempre brillantes y muchas veces pareciendo estar al borde de las lágrimas - Me sorprende saber que no ha llegado a oídos de alguien todos esos revuelos, ¿o será que ya pasado medio siglo las cosas se olvidan? -

El anciano le devolvía la mirada, y eran como dos zafiros y dos esmeraldas que se reflejaran mutuamente, en su más cristalino brillo, en su más impoluta belleza.

-No sólo el exilio -contestó Njördr-. Si bien no suelo abandonar el mar de Vanaheim, poseo heraldos que me mantienen al tanto de las noticias en Asgard. Tenía entendido que habías sido nuevamente admitido en la tierra de los Aesir.

Tras la barba blanca, los labios del dios se curvaron en una sonrisa sutil.

-Siempre he respetado profundamente a Odín, puesto que no hay dios alguno que le supere en sabiduría. Yo mismo, anciano entre ancianos, he sabido acudir a él por consejo. Sin embargo... -Njördr suspiró y miró a su compañero de paseo con la calma y la perspectiva de milenios de experiencia.- Ni las palabras ni los sentimientos de los demás cambian lo que somos ni adónde pertenecemos. -Volvió a perder su mirada hacia delante.- Está escrito en nuestro corazón, y por tanto, sólo nosotros podemos cambiarlo... a veces.

Detuvo sus pasos cuando una pelota de cuero rodó hasta sus pies. Cuatro niños elfos se acercaron corriendo alegremente, con confianza, hacia el dios. Sin embargo, cortaron sus pasos y borraron sus sonrisas al ver al otro sujeto, y le miraron con aprensión. Dos de ellos intercambiaron miradas.

Njördr se apoyó en su bastón y trató de inclinarse, extendiendo la mano hacia la pelota. Sus huesos no lo soportaron, y volvió a enderezarse con un suspiro. Se arremangó la túnica y pateó débilmente el balón en dirección a los niños. Uno de éstos se acercó, lo tomó, agradeció y comenzó a alejarse.

La única niña del grupo, con un dedo en el labio, se aproximó a los dioses. Miró a Loki con curiosidad. Era la más pequeña de los cuatro, y al recibir la mirada del dios de armadura, le sonrió con simpatía y le saludó con la mano. Cuando el niño que había buscado la pelota llegó a su altura, la tomó de la otra mano y, diciéndole que le acompañase, tiró de ella. La niña torció el cuello para seguir mirando a Loki, pero se dejó llevar por el muchachito hacia donde los otros dos aguardaban. Los cuatro, entonces, desaparecieron tras una esquina del navío-pueblo, y la niña volteó sobre el hombro una vez más para verle antes de perderse de vista.

Por todo comentario, Njördr soltó una risita dulce.