Black Butterflies- Afiliación Élite

-Tenemos que ir a Londres.-observó Nicolas Flamel, clavando una mirada en su reloj digital.- Cogeremos el primer tren; creo que sale dentro de cinco minutos, así que tendremos que darnos prisa...
-¿No sería mejor ir a San Francisco?-inquirió Josh. Realmente, lo que deseaba era volver allí; se sentía más seguro en una ciudad que conociera, y dudaba que Flamel quisiera ir a Nueva York.
-No veo ninguna razón para volver.-replicó el alquimista, comenzando a andar en dirección a Juana y Saint-Germain.

Josh le dirigió a su hermana una mirada que era claramente una petición de socorro. No se le ocurría ninguna buena razón con la que convencer a Flamel, pero confiaba en que Sophie sí.
-Dee y Maquiavelo no se imaginarán que vayamos a San Francisco. Te creen demasiado inteligente como para volver sobre tus pasos.-intervino Sophie, acudiendo a la ayuda de Josh.

Nicolas Flamel se volvió repentinamente y clavó en los mellizos una mirada pensativa y suspicaz, pero finalmente, tras meditarlo unos instantes, asintió levemente.
-Muy bien. Voy a buscar un coche que nos lleve hasta allí.
-Pues casi sería mejor hacer autostop.-masculló Josh, en cuanto dedujo que Flamel estaba lo suficientemente concentrado en otras cosas como para no escucharle.- Porque yo no pienso volver a conducir.
-Lamento decirte que no tienes elección.-replicó Juana, apareciendo justo detrás de los mellizos.- Francis ha encontrado un coche. Nos vamos a San Francisco.
-¿Nos vamos?-inquirió Flamel, que acababa de aparecer por detrás, alzando las cejas.
-Francis y yo vamos con vosotros, por supuesto.-dijo Juana, dejando entrever una sonrisa.

Lo único que ocupaba verdaderamente la mente de los viajeros, poco después, era el destino de Scathach; nadie dudaba de que estaba muerta, pero quedaba una sombra de incertidumbre... Y, mientras tanto, lNicolas Flamel, desterrando por completo a la vampira de su mente, pensaba en Perenelle...
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Scathach salió, jadeante, del interior de Nidhogg, empapada en tripas de monstruo. Aquello era algo que odiaba; era sencillamente repugnante.
Había conseguido librarse de las garras del monstruo rasgándole el estómago, y le había costado lo suyo, pero había salido. Observó a su alrededor y decidió que podía esperar un poco para una ducha; al menos, hasta que encontrara a todos los que había perdido: Flamel, Saint-Germain, Juana, los mellizos... tenía para rato. Con aquella intención, entró lentamente en la casa de Saint-Germain, para descubrir que no había nadie.
-Genial.-suspiró la Guerrera.

Confiaba en que se habrían quedado allí, pero, al parecer, habían decidido irse con Flamel... ahora no tenía la menor idea de dónde podían estar...
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Perenelle sacudió la cabeza, con la espalda apoyada en la fría pared de piedra de su celda de Alcatraz. Si había algo que odiaba, era estar prisionera; le inquietaba no tener la libertad que necesitaba. Tenía que salir de allí como fuera.
Entonces, trató de pedirle ayuda a algún fantasma. Para ello mostró su aura como era en realidad, como un foco de luz que atraía fantasmas como si fueran mosquitos. De inmediato, un gran grupo de fantasmas se formó alrededor de ella.

La hechicera examinó cuidadosamente a todos, tratando de discernir cuál de ellos le serviría de algo, hasta que se le acercó el fantasma de un hombre bastante joven, que le hizo una reverencia.
-Señora.-saludó el hombre.- Mi nombre es Juan Manuel de Ayala. Fui un marinero español que descubrió esta isla, aunque, como ve, ahora sólo soy un pobre fantasma.-Perenelle abrió los ojos, asombrada; la mayoría no sabían que habían muerto siquiera, como para saber qué eran.- De todas formas, me gustaría tratar de ayudarla. ¿Me equivoco si pienso que está aquí contra su voluntad?

Perenelle sonrió y asintió levemente. Saldría de Alcatraz aunque le llevara un siglo.
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Dee y Maquiavelo, al igual que Scathach, rebuscaron por todo el mundo como si fuera un cajón de calcetines desordenado, con la esperanza de encontrar a los mellizos... Y los encontraron.
-Van de camino a Nueva York.-indicó Dee, observando un mapa del lugar.
-Espera.-le detuvo Maquiavelo, con una leve sonrisa cruel.- Tengo un plan.
-¿Un plan?-repitió Dee con desprecio.- No necesitamos ningún plan. Vámonos de una vez, antes de que esa rata escurridiza de Flamel se escabulla otra vez.
-Cállate, idiota.-le increpó el italiano.- Antes de ir a buscarlos, tenemos que trazar un plan... para separar al joven de su hermana; así, la profecía del Códex no se cumplirá, porque lucharán entre ellos... ¿Comprendes?

John Dee le puso cara de ofendido, y le dedicó una mueca especialmente furiosa, pero asintió levemente. Al fin de al cabo, su compañero tenía razón... Pero lo que no sabían era que no les sería tan fácil como creían, porque extraños sentimientos se estaban desatando en los mellizos...
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-¿Qué se supone que te pasa ahora, Josh?-inquirió Sophie, molesta.- Estás raro.
-No me pasa nada.-replicó el aludido, con una mueca. No le gustaba mentir a su hermana, pero aquel era un caso especial.
-No me mientas.-se enfadó su melliza.- ¿Qué he hecho ahora? Se supone que ya habíamos arreglado lo de los poderes.
-Sí, sí, está todo bien...
-No, no lo está.
-¡Sophie Marie Anabella Newman! ¡Te he dicho que sí, maldita sea! Déjame en paz.

Sophie se volvió para asegurarse de que el resto aún no había vuelto. Se habían ido a hablar con un amigo para que les prestara a saber qué, y ella había aprovechado aquel mínimo momento de intimidad para hablar con Josh. Últimamente le sentía cada vez más distante, y aquel brusco arrebato se lo había confirmado: le ocurría algo; si no, nunca habría dicho su nombre completo; sabía que lo odiaba.
-¡¿Quieres hacerme caso de una vez?!-aulló, ya harta; hacía mucho que no tenían una discusión así.- Josh...-dijo con un tono más suave.- Por favor, dime qué he hecho.
-Tú no has hecho nada, Soph.-replicó él, mirando por la ventanilla del coche sólo para no mirarla a los ojos.- Es todo culpa mía.

La joven miró a su mellizo y sacudió ligeramente la cabeza, tras lo que se inclinó hacia él y le besó suavemente primero una mejilla y luego la otra.
-¿Y qué puedo hacer yo?-susurró dulcemente en su oído, cogiendo su mano.
-Nada.-respondió Josh, apretando los dientes.- Sólo...-comenzó, dudando un instante.
-¿Sólo...?-repitió ella, tratando que continuara.
-Nada. Olvídalo.-pero el joven no pudo evitar la tentación de rozar durante un instante los labios con los suyos; nada más que un inocente roce.

Sophie le miró y no dijo nada. De hecho, ninguno de los dos dijo nada. Porque aunque ni tan siquiera se lo imaginaban, ambos tenían el mismo problema... como si no fuera bastante malo estar enamorado de alguien, esa persona tenía que ser de su misma sangre. Maldito corazón...
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Y el resto del mundo también tiene sus propios problemas.
Los hechiceros y los nigromantes, hartos de convivir "en paz" por tanto tiempo, comienzan a pelearse brutalmente; los hechiceros están de parte de los Flamel, y los nigromantes de parte de Dee y Maquiavelo.
Los distintos inmortales más poderosos están eligiendo un bando, y pronto quedarán pocos neutrales.
Los vampiros se pelean entre ellos, cada cual con una intención, y los que no toman parte por nadie, son todavía más peligrosos, porque tienen sus propios planes...
Los monstruos más terribles, que nunca han estado aliados con nadie ni de parte de nadie, se ven obligados a someterse ante un bando u otro a la fuerza.
Los humanos... ¡pobres humanos! La mayoría no se percata de lo que está ocurriendo, pero hay unos pocos que saben perfectamente lo que se avecina...

¿Saldrá Perenelle de Alcatraz? ¿Encontrará Scathach a los que ha perdido? ¿Recuperará Nicolas el Códex, salvando así su vida y la de su esposa? ¿Conseguirán Dee y Maquiavelo separar a los mellizos? ¿Descubrirán estos lo que siente el otro? ¿La gran guerra que se avecina... culminará en el fin del mundo?
Tú, Invitado, puedes cambiar la historia. Adéntrate en este mundo lleno de amor, odio, problemas, y magia.