Nuevo hogar [Privado]

Los pies, cubiertos de la gruesa capa de cuero negro que conformaban sus botas, pisaron la nieve conocida hundiéndose un poco por el peso del pelinegro, aumentado por las capas de cuero y metal sobre su cuerpo. Hacía poco que había pisado por última vez ese lugar pero la constante nevada ya se había hecho cargo de cubrir cualquier rastro de vida en cuestión de segundos.

Había esperado que pasase la joven antes que él antes de solo dar un corto salto hacia el interior de aquel mundo dejando cicatrizar la herida espacial que había creado. En Midgard la habitación de la posada quedó completamente vacía, solo los cuencos de comida vacíos y un poco de nieve en el piso. En Jötunheim la línea blanca desapareció con un ligero resplandor dejando a las dos figuras solas en medio de aquel desierto helado, no había nada a la vista, solo muy... muy al horizonte se veían las murallas de la ciudad de Utgard con algunos reflejos de luces celestinas. Del otro lado unas altas montañas que fue a donde el Dios comenzó a caminar. - Andando. Si la noche os atrapa, también lo harán los lobos y no estoy con el humor como para andar salvando el cuello de nadie. - dictaminó con una voz tan fría y tajante como el viento que los azotaba ondeando la capa esmeralda a su espalda con violencia. El viento era cruel, el pelinegro avanzaba enterrando la parte trasera de su lanza en la nieve dirigiéndose a una zona más resguardada por formaciones rocosas. Subiendo por estas se podía ver la entrada irregular a una cueva en la misma montaña, un reflejo azulino con ligeros reflejos verdes cubría la misma como si un vidrio fuese.

Creyó que estaría a salvo del helor por más tiempo, pero inmediatamente constató la veracidad de las palabras del dios: vaya que hacía frío en Jötunheim, tanto que la noche de Midgard parecía un tibio estío austral en comparación con tan terrible y sórdido infierno de hielo.

Lys se arrebujó en su capa y se subió la capucha, pero nada le impidió empezar a temblar con violencia. Apenas pudo oír al asgardiano, por la fuerza del sonido que producían sus dientes al entrechocar. Apretó las mandíbulas para silenciarse y asintió enérgicamente sin desperdiciar un hálito de su preciado aliento cálido.

Siguió a su amo a poca distancia, y miró con curiosidad en derredor. Su corazón se había disparado por la emoción de los acontecimientos, aunque el hecho de aterrizar en la tierra de los gigantes helados no fuera precisamente la más alegre de las noticias. Todo la entusiasmaba, todo la llenaba de curiosidad y de deseos de experimentar mil cosas nuevas. Miró el horizonte con temor, esperando en cualquier momento ver la silueta de una bestia o, por qué no, de un coloso cerúleo, y sintió el instinto de acercarse al dios, a la figura fuerte, y buscar en su cercanía la protección que necesitaba en ese mundo hostil.

No pudo evitar sentir tristeza al pensar que Loki vivía en un lugar así. Todo era tan oscuro, tan descolorido, tan silencioso, por no hablar del frío atroz que la maltrataba peor que una tunda de unos rufianes. Quiso arrebujarse en su capa, no ya del frío, sino de la soledad y la desolación que le inspiraba ese lugar. Otra vez sus ojos se dirigieron a su amo con un sentimiento parecido al de la compasión. Se lo veía fuerte, alto, decidido, poderoso; pero hasta las figuras más imponentes tienen corazón, un alma que necesita poder acurrucarse en la tibieza y sentir un mundo acogedor en derredor. Reprimió un súbito y poco explicable deseo de darle un abrazo; algo en su corazón le decía que lo necesitaba mucho.

Su mirada seguía fija en aquella entrada, aquella caverna parecía más resguardada del frío aunque se alejaba de ser un lugar cálido y acogedor. La subida era empinada pero contra la montaña el viento no era menor y las rocas cubiertas de hielo daban una superficie difícil de transitar. Al menos estaban seguros de invitados no deseados al ser un acceso bastante complejo, era obvio que tampoco se preocupaba de tener muchas visitas.

Al llegar al pie de la abertura, esta no era mucho más grande que el porte del pelinegro el cual pasó sin mayor problema a través de la pantalla mágica, dentro golpeó la lanza contra el piso y la barrea se deshizo cayendo en un polvillo iridiscente. No dijo palabras solo se adentró al lugar. A medida que sus pasos avanzaban haciendo eco en el largo pasillo rocoso se revelaba la profundidad de la misma. El piso era liso y pulido cubierto por una delgada capa de hielo que, pese a la física, no era resvaladiso y se podía caminar cómodamente sobre él. Al avanzar varios metros un par de antorchas se encendieron en una llama de baja luminosidad celeste que revelaba la curva que daba la cueva más adelante pero que no eran tan potentes como para resaltar aquella abertura en la montaña.

Al llegar al recodo fue cuando miró hacia atrás para constatar que le seguían el paso y la barrera volvió a levantarse materializándose en el aire dejando solo un ligero reflejo como evidencia de que allí había algo, más que nada para los animales que no intentasen ingresar. - Yo tengo que salir mañana a primera hora. Prepara la cena. - ordenó imperioso sin darle siquiera tiempo a conocer el lugar.

Donde se extendía la cueva era bastante más parecido a una casa con habitaciones de paredes rectas de roca. El frío aún se filtraba por las paredes pero comenzó a ser aminorado cuando al ingresar a lo que era la sala, un gesto de la mano del Dios encendió las numerosas antorchas y la gran estufa central que se asimilaba a un brasero tallado finamente en roca. En todo el lugar había tallados con runas y diseños celtas. La magia del hechicero estaba embebida en cada lugar del hogar y era la razón por la que no le hacía casi esfuerzo al dios el controlar su magia. Los muebles eran simples y algo escasos, una mesa larga solo tenía dos sillas, un sillón frente al fuego era más similar a un pequeño trono bajo, todo tallado en madera cubierto por marcas quemadas en intrincados patrones. No había puertas en el lugar por lo que era fácil saber cual era cual habitación.

Puso todo de sí para trepar por el precipicio helado detrás del dios. Tuvo que ayudarse con las manos en varias ocasiones, con lo que, en el último tramo, sus dedos agarrotados comenzaron a tornarse azulados por el frío. El viento hendió sin compasión y le hizo flamear los faldones de la capa, que no tenían ninguna sujeción salvo la del cuello; el aire mordió su túnica y le produjo temblores tan violentos que creyó que no podría continuar. Milagrosamente, y luego de un eterno infierno, la exhausta semielfa llegó a la entrada de la morada de Loki.

Se sorprendió sinceramente al no ver ningún tipo de mansión o casona, sino un simple resquicio en la roca. Supuso que la vivienda se encontraba disfrazada por las habilidades engañosas del dios, y si así era, su capacidad como hechicero era más que envidiable. Miró con atención, mientras se acercaba, buscando algún indicio de hallarse frente a una falsificación de la imagen, ante un truco de los sentidos, y no lo logró. Ciertamente, el poder del dios no tenía parangón.

Sin embargo, al caminar por el pasillo en dirección al interior de la morada, comenzó a cuestionarse esas ideas. Tal vez lo que estaba viendo era real; quizás el dios efectivamente vivía en un cascote gigante de hielo horadado en forma de casa. Estaba estupefacta; ¿por qué uno de los miembros más importantes del panteón se escondería como una rata en un mundo congelado?

Resistió el impulso de preguntarle ésta y mil cosas por el estilo, porque lo consideraba fuera de sus asuntos y porque no quería molestar al dios. Con las manos bajo los sobacos intentando devolverles la tibieza, oyó el seco mandato. Separó los labios para preguntar dónde estaba la cocina, pero enseguida se dio cuenta de que podía rápidamente descubrirlo por sí misma, así que en vez de eso solamente contestó:

-Sí, mi señor.

Dio unos pasos y en un dos por tres halló la habitación que buscaba. Sin mediar otra palabra, ingresó y se puso a reconocerla. Muy probablemente, tendría que acostumbrarse a ese lugar, dado que pasaría buena parte de sus días en dicha habitación preparando las raciones de su señor, y muy probablemente, durmiendo. Era de mediano tamaño, aunque un tanto desprovista. A un lado estaba el horno y, junto a él, el caldero. Se veían unos costales tras un recodo, y al abrir unos cajones de tablas encontró algo de carne salada y algunas especias medio olvidadas en unos sacos. Como correspondía, las vasijas de agua estaban congeladas, pero el hielo era límpido.

Se arremangó y puso manos a la obra.

Lys se enorgullecía de sus capacidades culinarias, uno de sus puntos fuertes. Decidió preparar un sabroso plato para su señor, a modo de celebración por su reunión, así no se lo fuese a tomar de esa manera. Puso todo su empeño. Seleccionó escrupulosamente las especias y eligió el mejor corte de carne que pudo encontrar. Tomó con unas varillas el fuego del brasero central de la casa y lo empleó para encender la llama bajo el caldero. Derritió agua y la calentó, ablandó la carne con el calor, y tras quitarle las partes sin buen sabor la coció con especias y alguna verdura desecada que halló medio perdida en la despensa.

Mientras veía el caldero borbotear y la salsa espesarse, se preguntó cómo diablos hacía el dios para no caer famélico allí mismo. Las provisiones eran bastante magras, y la acumulación de cereales en costales le confirmaba que Loki no era muy adepto a tomarse el trabajo de amasar su propio pan. Se dijo de hacerlo. Sí, amasaría pan con especias en la madrugada, para que tuviese para llevar en su viaje dondequiera que fuese. Y también rebuscaría un poco más, a ver si encontraba queso, para hacerle unas raciones. Y también debería buscar el modo de conseguir más verdura, y más cereales, y mejores especias, y algo de buena cerveza, y así se fue haciendo una lista mental, aunque por supuesto no tenía la menor idea de cómo o cuando lo conseguiría.

Detuvo su mente para mirar en derredor con una sonrisa suave. El lugar era mágico. Los fuegos que generosamente eran encendidos en esa tierra fría, las runas y los diseños tan hermosos que se extendían por todos sitios, algo la hacía sentir bien allí. Se frotó las manos y miró con disimulo por la puerta, buscando avistar a su señor. No podía explicar por qué se sentía tan acogida en ese lugar, a pesar de lo inhóspito que podría resultar. Había algo cálido en ese hombre que aún no podía describir, pero confiaba en que, de algún modo, había en el corazón del dios algo de lo que surgía toda esa calidez.

En cuanto todo estuvo listo, sirvió la carne con salsa especiada en un cuenco, y constató lo bien que olía. Debía hacerlo muy bien, dado que Loki había renunciado a su porción con tal de alimentarla a ella. Ahora, le devolvería el favor con toda su capacidad, que de hecho no era poca.

Llevando en sus manos el cuenco humeante, se aproximó con mucho respeto a su amo.

-La carne está lista, mi señor. Que tenga muy buen apetito.