No del mejor humor [Privado]

Comenzaba a amanecer en la tierra de los mortales y las luces del alba comenzaban a iluminar las casas del pequeño poblado en tonos dorados mientras las nubes grises tomaban un tono algo rosado. El frío helaba los huesos de los mortales más a esa hora donde la nieve apenas caía comenzando a cubrir de blanco los caminos, el ligero viento apenas movía los árboles del lugar, pelados desprovistos de verde. El invierno llegaba a cada rincón de Midgard de manera inclemente y el pelinegro no podía más que disfrutar de aquella situación.

Sus hombros y cabellos comenzaban a contener los pequeños puntos blancos, llevaba una chaqueta negra gruesa con cuello de piel de lobo, pantalones algo ajustados de igual color, botas cortas con un poco de piel en su borde y una bufanda que no era más que una tira de piel de conejo negro que cubría su cuello pero no su rostro. Una de las colas de la bufanda se movía a su espalda mientras se adentraba a aquel poblado cercano al bosque, su mano enfundada en guantes de cuero negro sostenía un pequeño bastón dorado que era coronado con una gema azul que por momentos parecía tener luminiscensia propia. No parecía haber señal de vida a esas horas de la madrugada en el poblado a excepción del ruido de una taberna cercana.

Negándose a ingresar a cualquier lugar solo avanzó pensativo por la calle principal hasta llegar al centro del poblado donde normalmente se juntaban a socializar los mortales, se sentó en uno de los troncos esperando mientras miraba como las pequeñas fracciones de césped comenzaba a ser cubierto de nieve y los caminos de tierra comenzaban a humedecerse. Junto a un árbol había un perro sarnoso que olisqueaba un cúmulo de basura y parecía interesarse más en un bulto de tela que en los restos de alimento asado y huesos que se veían a un lado, distraído su mirada esmeralda se posó sobre el cuenco. Su mente solo procesaba lo que había ocurrido en el bosque pero su hilo de pensamientos se rompieron al ver un movimiento en las telas sobresaltándole. No esperaba movimiento alguno, no había personas, no había animales ni nada a la vista más que el perro, pero el bulto volvió a moverse y el perro comenzó a ladrar. Curioso se levantó y se acercó al objeto en cuestión observándole desde su altura sin agacharse o doblarse, ante su acercamiento, como era normal, el perro le miró y salió corriendo metiéndose entre dos casas. Su pie tocó el bulto de tela empujándole ligeramente solo sintiendo algo blando, intentó apartar las telas con su pie, al no funcionarle emitió un pequeño gruñido y lo intentó ayudándose ahora con su bastón. Enganchó con su bastón el borde de la pesada y sucia tela y apartó la misma a un lado dejando ver lo que esta contenía debajo...

Sus cejas se curvaron ligeramente suavizando su mirada en una un poco compareciente - Pobrecilla... pequeña y débil... ¿A ti también te han abandonado y privado de todo cariño? - musitó hincándose para ver más de cerca a la pequeña criatura.

Había caminado demasiado, con menos abrigo del necesario para soportar el clima adverso y helado. Estaba perdida, se había desorientado en la oscuridad nocturna y no tenía la más remota idea de dónde estaba. Fue una caminata larga; toda la noche, luego todo el día gris e incierto en un terreno despoblado, y por fin otra vez la noche con tan poca clemencia como la anterior. Tenía el estómago vacío, los dedos de pies y manos ateridos, y los labios azulados del frío.

El último tramo lo había recorrido a ciegas, famélica y sobre todo helada. No sabía dónde estaba, era su mero instinto el que la había guiado a una zona poblada. Los últimos pasos fueron dados en un estado de inconsciencia casi total, hasta que por fin la semielfa se desplomó con su peso muerto contra el suelo.

No tenía manera de saber la cantidad de tiempo que había transcurrido, aunque la vida se le escapaba poco a poco del cuerpo mortal, congelada por un frío atroz e inhumano. No se dio por aludida de que era encontrada y volteada por un personaje que había surgido de las sombras misteriosas. No ofreció resistencia alguna, sino que se quedó boca arriba, con el rostro blanco hacia el lado, y algunos desordenados y sucios mechones de cabello cruzándole el rostro.

Era bonita, delicada, aunque de aspecto algo débil; ciertamente, alguien que no soportaría mucho tiempo la helada intemperie. Llevaba consigo un pequeño bolso de cuero y cargaba un arco y unas flechas cubiertas de nieve. El ruedo de su vestido verde estaba manchado de barro, y la capa que la envolvía estaba tan sucia, mojada y polvorienta que podría fácilmente haber sido confundida con un trapo más de la basura.

Observó a la joven hincado a su lado, sus dedos enguantados apartaron algunos cabellos de su rostro, si bien estaba sucio por la intemperie se notaba que su piel era tan blanca como la nieve que caía a su alrededor así como sus facciones en extremo delicadas. Sus dedos siguieron la línea del cabello hasta descubrir una de sus orejas viéndola ligeramente en punta. Un Elfo de la luz... o al menos un híbrido. Recorrió el semblante de la joven con la mirada examinando sus ropas, sus pertenencias y finalmente su rostro a nueva cuenta intentando promediar su edad, pero era difícil de saber por la longevidad y atributos de belleza de los mismos.

Se levantó dispuesto a dejarla donde la encontró y solo alejarse, sería un alma más llevada a Helheim por el frío pero no llegó a dar dos pasos cuando observó a dos borrachos salir de la taberna. Seguramente el destino de la joven sería peor que solo morir en paz en la nieve si aquellos hombres la encontraban. Volvió a dudar parado a su lado y finalmente, excusándose a si mismo de que le sería útil, le arrancó la capa sucia y la levantó entre sus brazos con demasiada facilidad llevándola contra su pecho y sosteniéndola con un brazo, dejando el que cargaba el bastón libre. Se encaminó a la taberna ingresando con seguridad pasando por delante del tabernero dictando con voz suave pero dura - Tomaré un cuarto, yo y mi hija necesitamos descanso y abrigo del frío. Suba comida caliente. - el tabernero asintió, las ropas finas del pelinegro así como su abrigo de piel de lobo y conejo sumado a su bastón dorado le daban un aire de feudalismo que no le hizo dudar del dinero que portaba, claro... también llamando la atención de ladrones y asesinos que bebían observándole con demasiado interés, pues el porte del Dios no era precisamente de un guerrero fiero y peligroso.

Una muchacha les guió a una habitación sencilla, solo una cama, una mesa y una chimenea. Al ser dejados solos el pelinegro recostó sobre la cama a la elfa y la cubrió con una manta de lana un poco roída por el tiempo. Acto seguido se acercó a la chimenea colocando algunos troncos e iniciando fuego ayudándose con la lámpara que servía de iluminación de la habitación. Apenas el tronco agarró algo de fuego el pelinegro se quitó los guantes y con un ágil movimiento de sus dedos y manos avivó el mismo haciéndole tomar una coloración verdosa.

No despertó durante todo el trayecto de la inhóspita calle a la acogedora habitación. Estaba tan helada que ni siquiera temblaba, en la línea entre la vida y la muerte. Se vio entonces rodeada de calidez creciente; envuelta en las mantas, su cuerpo recuperó de a poco la temperatura que debía tener, acercándose paulatinamente a la vida y al despertar. Sus labios pasaron del violáceo al rosado, y empezó a tiritar con violencia en sueños. Se dio vuelta y se acurrucó. Tenía la piel tan fría que doblarse sobre sí misma ya le daba un escalofrío.

Unos segundos después, reaccionó y despertó por fin. Sus párpados temblaron y se abrieron apenas, revelando dos iris color castaño claro. Se quedó mirando la pared, intentando recordar qué había pasado. Pero no, no recuperaba de su memoria ni qué era ese lugar ni cómo había llegado hasta allí. Lo único que rememoraba era una angustiosa búsqueda que de a poco se sumía en helada negrura.

Se sobresaltó y se sentó, con la respiración algo agitada. Miró en derredor y en pocos momentos abarcó con sus ojos la habitación. Su ropa estaba húmeda y fría pero el sitio tenía una temperatura agradable y un fabuloso reparo de ese viento asesino que le había estado cortando la piel con su aliento gélido durante horas sin cesar.

La luz verde del fuego llamó su atención casi instantáneamente. Vio las espaldas de un personaje que levantaba sus manos hacia las llamas, y un toque cálido le invadió pronto tanto el pecho como la mente. Fue una certeza lo que la acometió, una convicción súbita que la llenó de alivio. Curiosamente, o no tanto, la gema escondida bajo el pecho de su vestido brilló con suavidad en verde, apenas notándose a través de la tela, como un reflejo hermano de aquel fuego color esmeralda y de los ojos mismos del hombre que la había salvado.

-Tú... -dijo sin pensar. No sabía quién era él, ni de dónde había salido, ni por qué estaba en la misma habitación que ella. Sólo su intuición, su corazón, le dictó con total convencimiento que aquel era el hombre a quien los dioses le habían ordenado servir. Sin poder explicarlo, y a pesar del estado lastimoso en que aún se encontraba, una sonrisa sincera abrió sus labios e iluminó sus ojos con la luz de la felicidad.

La luz verde del fuego se reflejaba en sus ojos dándoles un brillo casi que propio acentuando su color, hincado delante del fuego se quedaba pensativo, si era una elfa seguramente sería una híbrida, su piel era demasiado blanca como para ser un elfo puro, su piel no reflejaba el dorado del sol y todas esas cosas, pero sus orejas y su belleza era sin duda de sangre elfica.

Su semblante pensativo se rompió cuando sintió el movimiento brusco en la cama y se giró para observarle, el reflejo verde dibujaba sus facciones delicadas pero firmes así como su expresión de sorpresa, no esperaba que despertase tan pronto. Al haberse distraído bajó la intensidad del fuego así como la tonalidad verdosa volviendo nuevamente a una llama pequeña y anaranjada. Se levantó acercandose y mostrando su altura que solo era disimulada por el grueso abrigo que aún no se quitaba, la piel de conejo negra alrededor de su cuello y hombros así como la piel de lobo sobre su chaqueta le hacían parecer un hombre algo robusto, contrario a sus facciones y manos delgadas. Se quitó la bufanda y la chaqueta dejándolas a los pies de la cama cuando se acercó revelando ropas simples pero limpias y elegantes en tonos de negros y verdes. Al ver su sonrisa le sonrió también.

- Sí, es normal esa reacción al notar mi hermosura. Me sorprende verla en una elfa. - dijo aventurándose a evidenciar su raza y dejando en evidencia su egolatría y vanidad. La observó por algunos instantes antes volver a hablar - ¿Os sientís bien? Estabais a punto de perecer. - se acercó para mirarle más de cerca fijandose en la luminiscencia de su pecho. - ¿Quien sois y que hacéis por estas tierras? -

Cuando el hombre se incorporó, ella fue consciente de lo increíblemente alto que era. Tuvo que torcer bastante el cuello para mirarlo cuando éste se aproximó, e inconscientemente estrujó apenas el borde del cobertor en sus manos. Tragó saliva. Su convencimiento no se había esfumado, pero recién en ese momento se daba cuenta de que estaba sola frente a un hombre desconocido. No podía ser malo ni nada, no si los dioses la habían encomendado a él, pero...

-Yo... Yo estoy bien, gracias... -Se permitió mirarlo con curiosidad, sin que su examen fuera demasiado obvio. Trataba de hacerse una idea de qué clase de hombre era; parecía rico, por su aspecto extremadamente cuidado y sus ropas caras e impolutas, por no hablar del bastón enjoyado. Los breves momentos en que lo había visto manipular el fuego le dieron la sospecha de que era hechicero. ¿Acaso se trataba de algún maestro de magia, o un gran señor que acostumbraba a practicar las artes sobrenaturales por alguna razón? La curiosidad la carcomía y ya quería saber todo acerca de él.

Se dio cuenta de que se había quedado mirándolo más de la cuenta, y se obligó a romper el contacto visual, sonrojada. Miró en derredor y por fin reparó totalmente en su situación. Estrujó un poco más el cobertor y se arropó hasta la garganta con él, así sentada. Era cálido y seco, un excelente cambio en comparación con el último tiempo que había pasado.

-Tú me... Usted me ha salvado, ¿verdad?... -Bajó la cabeza y sonrió suavemente.- Gracias...

Iba a responder acerca de su identidad, pero un sonoro y prolongado ruido de su estómago le quitó las palabras de la boca. El tono en el rostro de la semielfa se volvió más rojo que las cerezas y ella empezó a tartamudear y parpadear.

-Esto... eh... ah... yo... -Se movió en el sitio, avergonzada, y de súbito inclinó la cabeza y se cubrió entera con la manta. No había dicho ni su nombre y ya había hecho el ridículo frente a su nuevo señor. Vaya comienzo.

-L-lo siento, es que... no como desde anteayer y... -dijo con un hilo de voz antes de quedar completamente en silencio.

Notaba el nerviosismo de la joven mientras su presencia se hacía más cercana, así mismo como se ponía ligeramente incómoda. Frunció el ceño un tanto extrañado por aquel vocabulario tan confiado el cual solo utilizaba con su familia única y exclusivamente... pues nadie nunca se le había acercado tanto como para conseguir ese trato con el pelinegro. Su mirada era igualmente analítica así que no se molestó en la mirada ajena sobre él, al contrario, le gustaba ser admirado y reconocido por sus cualidades estética.

El sonido en su estomago cortó cualquier hilo de pensamiento y provocó una sonrisa en los labios del pelinegro escuchando sus excusas mientras asentía, solo habló cuando pasaron algunos segundos del silencio. - Ya mandé traer comida caliente, supongo que no tardarán en traer algo de estofado de cordero. ¿Cuál es vuestro nombre? - se acercó una silla pero no llegó a sentarse cuando golpearon la puerta. Su mirada se afiló ligeramente y al solo escuchar el anuncio de la joven de la taberna anunciando la comida se sentó admitiendo que ingresase.

La castaña entró a la habitación y dejó dos cuencos de estofado con pan y dos jarras de cerámica con tosca cerveza negra dentro, dispuso todo en la mesa de noche y se retiró cerrando a su espalda. Sentado en aquella silla el pelinegro mostró un porte más relajado, con sus piernas algo abiertas y su brazo descansando en el muslo correspondiente inclinando su cuerpo hacia allí. - Alimentaos a gusto, no tengo apetito en este momento y necesitáis este alimento más que yo. - volvió la mirada al fuego y volvió distraidamente a mover sus dedos en una precisa danza que volvió a teñir de verde las llamas y volvieron a tomar cuerpo dando una onda de calor que caldeó el aire de la habitación.

-G-gracias...

Se atrevió por fin a descubrirse, con la mirada baja aún por la vergüenza. Con un pensamiento pasajero, miró en derredor en busca de su arma y su equipaje, y se quedó más tranquila al ver todo a un lado en el suelo. Giró rápidamente la cabeza, recordando que le habían preguntado cómo se llamaba.

-Lys Blomstereg, para servirle...

Su mirada se animó al ver la apetitosa ración, humeante y de aspecto sabroso. Se giró en la cama y se puso a comer. Recién entonces se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Cada bocado se deslizaba por su garganta hasta su estómago, llenándole el cuerpo de ondas de calor. Cuando se reavivó el fuego, le dirigió una mirada y sonrió agradecida al hombre que había contribuido, una vez más, a alejar el frío de ella.

Luego de unos cuantos bocados, y algo más tranquila ya, hizo una breve pausa y se dirigió a su salvador.

-No he preguntado aún... ¿Puedo saber su nombre, señor?

Su pie se movió un poco haciendo un copioso "tap tap tap" en el piso al tocar la punta de su bota contra las tablas repetidamente al estar un poco inquieto. Sus pies eran grandes, así como sus dedos largos, todo en él era proporcional a su altura, incluso respetable entre los mortales más altos. Le miraba comer distraídamente de aquel cuenco humeante de alimento, en otro momento le hubiese acompañado pero a pesar de todo estaba apurado, ahora mismo se cuestionaba por que le había salvado y se volvía a repetir que le podría ser de utilidad... claro, si es que la híbrida tenía alguna cualidad de sus ancestros elficos a parte de una belleza delicada y orejas puntiagudas.

Giró su mirada al fuego y cambiando el movimiento de sus dedos a uno más lento y taciturno las llamas adelgazaron y crecieron en altura perdiéndose dentro de la chimenea, ondulándose y contorneándose como una serpiente, forma que tomó la cola del fuego envolviéndose sobre si mismo y fundiéndose nuevamente en una llama verdosa algo amarillenta. Sin mirarla le habló. - Mi nombre no es de importancia en este momento. Quiero saber de vos, por lo que veo eres arquera ¿Guerrera acaso? ¿o tu sangre elfica te dejó algo de más utilidad? - no se molestó en ocultar o disfrazar su interés en ese tema, bastante directo en lo que necesitaba.

Por el momento se preocupaba más de sus planes inmediatos de ingresar a Asgard nuevamente y "legalmente" que en un plan a largo plazo, aunque igual bien trazado lo tenía en su cabeza, solo necesitaba los detalles que conseguiría en el camino. Sonrió al imaginarse a si mismo sentado en el trono de Asgard, su brillante armadura reflejando la cálida luz del largo atardecer Asgardiano así como su capa esmeralda cubriendo parte del trono. Estos deseos se vieron reflejados inconscientemente en el fuego a su lado, dentro de las llamas en un verde oscuro se mostraba una silueta sentada en un trono, largos y curvados cuernos salían de su cabeza y en su mano sostenía una lanza de dos puntas curvas y un punto brillante azul en el centro. Mismo brillo que el de su bastón, pero la imagen se deshizo enseguida cuando el pelinegro le sonrió mirándole directamente. - Disculpadme si soy descortés, pero no han sido mis mejores días. -

Frunció el ceño, disgustada de no conocer el nombre de su señor. Iba a protestar, pero el hombre siguió interrogando. Se irritó un poco de que él le pidiera tanta información sin dar nada de sí a cambio, aunque por otro lado se dijo que no era buen comienzo empezar discutiendo con la persona a quien serviría. La molestia, empero, se notó en su expresión de manera suave.

-No, no soy guerrera. Llevo las flechas por defensa personal, en realidad... -Desaceleró su comida y se quedó revolviendo lentamente el estofado con un pedazo de pan, viéndolo humedecerse de a poco.- Soy una sanadora del templo de Frey... o al menos lo era hasta hace pocas horas atrás. Ahora mi destino es un tanto más incierto, creo...

Se giró justo a tiempo para ver la figura entronada formarse en las llamas. Formada como estaba en la religión por su vida en el templo, no le costó identificar el perfil de la silueta que el hechicero había formado con sus artes. Reconoció esos cuernos característicos y se alarmó. Ver a un dios aciago como ése en un trono no le gustó para nada. Dirigió una nueva mirada al hombre, ahora con más alerta.

¿Acaso se encontraba frente a un hechicero negro, a un adorador del dios del engaño? No podía ser, ¿cómo los dioses le habrían encargado servir a alguien así? Tenía que haber algún tipo de error.

-Ya veo... -Por fin había dejado de temblar y sus mejillas habían recuperado bastante de su color.- Está bien, todos tenemos malos días... Igualmente, has sido en extremo amable conmigo. Te debo la vida. -Sin poder con su propia personalidad, volvió a sonreír. Se dio cuenta de que había vuelto a usar ese tono familiar y se golpeteó la frente con el dedo en disculpa.

-De todos modos, su nombre sería realmente importante para mí, señor. ¿Podría, por favor, compartírmelo? Se lo estaría realmente agradecida.

El interés se avivó en la joven cuando le reveló su función, era una suerte de sacerdotisa de los elfos, sirvienta de Frey, más perfecta imposible. Finalmente el destino comenzaba a sonreírse contrario a lo que las nords le habían predestinado décadas atrás. Cada vez que recordaba aquello terminaba enojado. Aún podía sentir sus voces en su mente, el pasado le había llamado "Loki, El Cambiaformas", el presente "Loki, El Traicionero" y el futuro "Loki, El Destructor". Se levantó violentamente de la silla y caminó por el lugar con su mano tensamente cerrada y el fuego avivado a su espalda.

De a momento parecía que no prestaba atención a la conversación y su mente se iba por su cuenta a recuerdos. Últimamente estaba muy en esa etapa donde cada herida estaba al rojo, el encuentro con su hermano habían sacado a patadas todos aquellos sentimientos y recuerdos que por años se había esforzado en guardar en una caja en su mente. Asentía a sus palabras y volvía a mirarle de tanto en tanto - Estabais tirada en la nieve, hambrienta, con vuestros labios azules y vuestra respiración gélida que no empañaría ni el fondo de una bandeja de oro. No podría haberos dejado morir allí. Contrario de lo que muchos dicen de mí... - hizo una pausa minúscula solo para mirarle directamente a sus ojos castaños con los verdes propios, afilados y penetrantes y sonreír casualmente mostrando una dentadura blanca y perfecta... extraña en la época. - Tengo corazón. -

Se acercó un poco aún con aquella sonrisa y se inclinó para quedar un poco más a su altura, aunque parecía más que la amenazaba. - Reitero, mi nombre no es importante ahora. Mi principal preocupación es que mejoréis. ¿Haréis que lo repita por tercera vez? -

Sin darse cuenta, se encogió un poco en el sitio ante la presencia cercana del hombre. A pesar de su sonrisa, algo le producía una viva inquietud, una preocupación que se mezclaba con una rara irritación. Sintió el impulso inexplicable de abofetear a ese hombre por guardarse en secreto su identidad como si fuera algo tan especial. Lo contuvo, en parte por corrección, y en parte por la aprensión que la había invadido en el último momento. Desde el principio había tratado de hacerse una idea de ese sujeto, pero lo único que había conseguido hasta el momento era confundirse más y más. Sus propias reaccionas hacia él habían mutado permanentemente entre la admiración, el agradecimiento, el miedo, la vergüenza, la aprensión y la irritación.

"¿Es que me confundes a propósito o acaso ni tú mismo tienes idea de quién eres?" pensó, entre molesta y nerviosa.

-No es capricho lo mío -replicó la semielfa, recuperando de a poco la presencia. No estaba sola, había sido enviada allí por seres poderosos y benévolos, y con un propósito muy importante.

No había razones para temer.

-Verá... sonará raro, pero... no estoy aquí de casualidad. Fue designio de los dioses. -Superó de a poco su timidez y habló con decisión, mirándolo directamente a los ojos.- Me han enviado... o le han enviado a mí... no sé. Yo estoy aquí para servirle -terminó soltando, y a su pesar se ruborizó ligeramente, pero mantuvo la mirada, dispuesta a defender su afirmación a toda costa a pesar de lo ridícula que podría sonar.

Se enderezó más tranquilo al escucharle, se le notaba en su semblante el hecho que estaba siendo escéptico con respecto al pedido de los Dioses... él era uno y había vivido entre ellos, sabía que eran tan humanos como los mortales que caminaban en Midgar y posiblemente igual o más vagos. Pocos eran los que se preocupaban por hacer mandatos y destinos a unos pocos elegidos y sentía que era más por aburrimiento que por verdadera necesidad.

Al volver a quedar derecho miró por sobre su hombro al fuego y como si se espantase de su mirada volvió a la normalidad en anaranjado pero ya bastante grande y apoderándose de los troncos como para mantenerse vivo y fuerte por si mismo. Su mirada volvió a la ajena sin borrar su sonrisa - ¿Así que te han enviado a servirme? El destino no me ha sonreído mucho, al punto que me han marcado un camino que me rehúso a recorrer. - dijo caminando de nuevo por la habitación para tomar su bastón y examinar la piedra así como el labrado del mismo. - ¿Y tu estás de acuerdo en servir a alguien que no sabes quien es y que tu padre no te ha entregado? - El cambio en sus palabras fue abrupto, la familiaridad fue un quiebre automático en el pelinegro.

-Sí, porque confío en los dioses.

No iba a decir que no tenía miedo, porque habría sido una mentira total. Claro que su corazón latía con fuerza y claro que de a poco se humedecían sus palmas contra la tela de su vestido. Era una muchacha entregándose a un hombre desconocido, sería tonta de no estar siquiera un poco preocupada.

Pero era la fe más fuerte que la preocupación.

-Me ha entregado el Padre de Todos, a falta de mi padre de sangre, a quien nunca he conocido -respondió, y el volumen de su voz descendió progresivamente así como su mirada.

Levantó de súbito su mirada, con la decisión recobrada.

-Sí, estoy de acuerdo. Aunque no le conozca, si es mi misión sagrada la seguiré; y de todos modos, no he visto nada en usted que me haga pensar que no es un hombre benévolo.

Se atrevió a ensayar una sonrisa.

-Hablo desde mi ignorancia... pero tal vez sea hoy el día en que se revierte su destino.

Sus palabras eran todo lo que necesitaba, era lo que le ataba a él aunque fuese solo por honor, y una curandera de Frey debería tener el suficiente como para no echarse hacia atrás. Su sonrisa se acentuó más al ser amplia y sincera, nuevamente mostrando, casi de manera exagerada, su dentadura. El bastón giró en su mano y sus dedos lo recorrieron de manera ansiosa, casi que divertido antes de apoyarlo en el piso y con el golpe comenzar a envolverlo en una suave neblina verdosa que le hizo crecer a medida que su mano subía hasta llegar a ser casi de su misma altura y la punta se tornó afilada y curva como una lanza con cuchillas sumamente agudas de un brillante tono plateado.

- Bueno, ya que eres mi sierva supongo que tendrás derecho a saber mi nombre. - su vanidad y egocentrismo casi que le obligaban a hacer aquel acto, le empujaban a ser, lo que se conocería en un futuro, como una diva. Su cuerpo comenzó a emitir una ligera luz dorada que de puntos aleatorios comenzó a extenderse mostrando una armadura dorada que le cubría parte de su pecho, brazos y piernas mientras que debajo se notaba con claridad un traje de cuero negro y gruesa tela verde. Su cabeza quedó completamente cubierta por un casco dorado donde se alzaron imponente los cuernos característicos de aquel Dios. Su rostro se inclinó ligeramente buscando la reacción en el rostro de la joven - Sierva del Dios Loki. - finalizó con un tono más bajo pero igualmente venenoso, como si su propio nombre envenenase la oración.

Presenció con mucho asombro la demostración de magia, pero de más estaba decir que nada se comparaba a al estupefacción con que por fin conoció la verdadera identidad de su nuevo señor.

Como si le hubieran privado de la facultad del movimiento, se quedó estática, dura como piedra, contemplando la efigie divina frente a ella. Reconoció en ese hombre la imagen que había proyectado en el fuego, hasta el último detalle. La identidad de su señor le había sido revelada antes, pero no había sabido darse cuenta...

Por unos momentos, realmente no pudo moverse. Loki, el maestro del engaño, el de la lengua de plata, el dios de flamante intelecto y artero corazón estaba de pie frente a ella. Sintió que sus piernas volvían a temblar, y no era de frío.

Sin embargo, su reacción fue mucho menor a lo que se esperaría por parte de un mortal a merced del dios engañador. No era sólo fe. No era sólo convicción en la sabiduría de los dioses .

Era una calidez extraña que no podía describir.

-Ah... -Le costó recuperar el habla, fenómeno más que comprensible dada su situación. Quiso volver a observarlo, verlo en su nueva magnificencia divina, pero sintió que sus ojos no eran dignos de una deidad y bajó la mirada con sumisión.

Su mente estaba llena de preguntas, la semielfa se había sumido en un desconcierto del que sólo la fe podría salvarla. La sabiduría de los dioses era incuestionable, así que confiaría y serviría, así fuera al dios a que menos se le habría pasado por la cabeza servir.

-Loki entonces... -Tragó saliva una vez más (lo estaba haciendo mucho últimamente) y respiró hondo para serenarse. Clavó su mirada en sus manos y con ellas estrujó ligeramente el cobertor y las sábanas.

-¿Quería pasar desapercibido... mi señor? ¿O temía que si decía su nombre yo me asustara?

No se molestaba en ocultar su expectación a la reacción de la elfa, deseaba ver en su semblante el miedo y respeto que tanto anhelaba. Siempre buscando aquel reconocimiento de gobernante, saber que era capas de hacerlo y buscar en su subconciente una clase de aceptación. Desde que había notado que el miedo provocaba una misma sumisión, al menos superficial, que la adoración comenzaba a recurrir mucho más a este. Más en Midgard donde un poco de fuego y algo de magia aterraban a muchos, y si no bastaba eso siempre podía acudir al acto de la lanza, cuernos, capa y armadura. Si bien este truco no le funcionaba en su tierra natal ni en la tierra donde se crió, había descubierto que en otros mundos era muy efectivo, sobretodo en la tierra de los humanos.

Su lanza bajó y la punta de la misma delineó el borde de la mandíbula ajena con su agudo filo sin llegar a lastimarla, su control sobre el arma era firme y delicado, su pulso no temblaba ni una pizca. Al llegar a su mentón el filo se acostó al ladear el arma le empujó hacia arriba para que alzara su mirada devolviendole una de tono esmeralda tan aguda como el filo de la lanza. Buscaba en sus ojos aquel sentimiento, pero la sumisión que mostraba le agradaba en igual medida - No quiero andar llamando la atención mientras camino entre mortales. - explicó por más que no tenía por que dar esa clase de explicaciones. Apartó el arma y observó los cuencos de comida con el pan ahogado en el estofado, aún algo humeante - Termina tu comida y descansa, cuando el sol llegue a su punto más alto partiremos. - dictó con una sonrisa amplia. Cuando caminó por la habitación dándole la espalda se notaba que su capa era arrastrada pero que no estaba ni sucia ni rota, al contrario, todo en él estaba impecable, limpio y lustrado como espejos, incluso sus largos cuernos que casi rosaban el techo brillaban con el color cálido del reflejo del fuego.

La sombra que se proyectaba en la pared opuesta era claramente aterradora e imponente ocupando toda esta acentuando sus ligeros movimientos mientras parecía decidir si volver a la silla o tomar algún otro lugar en la habitación que parecía quedarle chica.

Sintió el roce gélido del metal del arma. Al ser obligada a mirarle, eso hizo, y recibió una mirada verde tan punzante como la lanza misma. Sentía una rara mezcla de miedo y confianza que no podía justificar racionalmente. Cualquier mortal en su sano juicio estaría sufriendo un acceso de terror de estar en su sitio. Sin embargo, quizás era fe, quizás era gratitud, quizás era una rara intuición, pero...

...se debilitaba el temor.

Sintió una calidez curiosa en la esmeralda de su pecho, por oposición al frío del arma que acababa de rozarla. Cuando el dios desvió su mirada para posarla en los cuencos de la cena, Lys se quedó aún mirando su rostro. Había algo hipnótico en sus rasgos, algo llamativo, algo que atraía su mirada como con una fuerza magnética. Cerró los ojos tratando de sustraerse de ese raro embrujo; no debía olvidar que, por muy señor suyo que fuera y todo, era el dios engañador, y por tanto, atraía las mentes y las almas para tejerlas a su voluntad.

Miró por fin el cuenco y asintió.

-Sí, mi señ... -Se interrumpió y vaciló.- ¿Cómo quieres que me... cómo quiere que me dirija a usted?

Finalmente decidiéndose a sentarse en la silla, que para su gusto era chica, se acercó ignorando el accionar ajeno por unos momentos. Acomodó la silla a un lado del fuego y la miró reiteradamente hasta que finalmente se sentó, ahora con sus piernas abiertas y una media estirada echando su cabeza hacia atrás en el respaldo en una pose bastante relajada y un poco indecente.

- Mi señor está bien. Después de todo lo que me has tuteado no debería molestarte el tratarme así. ¿O cambia el hecho de ser un Dios o tu salvador? - preguntó con un tono un tanto venenoso, ya no tan agradable como antes solo suavizado por la sonrisa apacible que tenía en sus labios.

- Ahora preocúpate por mejorar tu estado que no quiero una carga en el viaje si no una sierva que sea útil. - Su mirada pasó deliberadamente por su cuerpo para incomodarle, su sonrisa se afiló mostrando un hilo de lujuria en ella. - Y seguro puedo encontrarte muchas utilidades a alguien de piel de leche y ojos de chocolate como tú. -

-No... Si es así como quiere que le diga, así le diré.

Volvió con el asunto de la comida, que seguía tibia. Su apetito era excelente tras las largas horas de privación, así que siguió haciendo desaparecer el alimento dentro de su interior. Comía con cierta delicadeza, su sangre élfica compensaba su falta de educación por haberse criado entre campesinos, aunque se notaba una ligera tosquedad en sus movimientos y gestos.

El tono del dios cambió y se hizo menos amable. La semielfa se permitió dirigir la mirada hacia él, y le vio apreciándola sin recato alguno. Una oleada de miedo le erizó la piel de pronto y su corazón, ya relativamente calmado, volvió a dispararse.

¿Acaso tenía intenciones con ella? ¿Intenciones nada caballerosas? Por fin se sintió al borde del pánico. Iban a hacerle algo, y algo muy feo; era todo lo que se le pasó por la mente en ese momento.

Miró la pieza de pan húmedo en su mano. Con disimulo, respiró profundamente. Buscó serenarse. Comenzó a hablarse a sí misma, a pensar, calmándose, volviendo a comer.

"No tengas miedo... Es lo que él quiere. De todos modos, estás entregada, huir no es una opción. Quédate y no tengas miedo. Confía en los dioses. No hagas lo mismo que todos los demás; escribe una historia diferente. Los dioses están contigo."

Le tomó un par de bocados volver a sentirse bien. Se llevó una mano al pecho y sintió la dureza de la esmeralda oculta bajo su ropa. Era una prueba física e indiscutible del apoyo de los dioses, una señal de que todo iba bien, de que todo estaría bien. Mientras tuviera esa esmeralda consigo, no habría nada que temer.

Sintió un impulso extraño de volver a mirarlo, y cuando lo hizo, no había miedo en sus ojos. No dijo nada, sólo lo miró directamente, con atención. Esperó a que el dios le devolviera la mirada. Hizo contacto, trató de mirar en el fondo de esos dos puntos negros, hasta el interior (temible, fascinante, enternecedor) de su salvador.

Le sonrió. Ni era un gesto de lujuria ni de nerviosismo. Era una señal de simpatía. Duró sólo un momento; volvió Lys sus ojos a la cena y siguió comiendo, de mejor humor, y como si nada hubiera pasado.

Su talón se apoyaba en la pata de la silla dejando su rodilla más alta, su pierna estaba tan abierta que si se seguía la línea inferior de su muslo apoyado en la silla se podía ver parte de la curvatura de su trasero con los pantalones ajustados que llevaba, para suerte de ella, mismo traje tenía una pieza de cuero cortado en diagonal que cubría la entrepierna del Dios. Su codo se apoyaba en la rodilla alzada y sus dedos le eran apoyo de su cabeza inclinada. Su rostro estaba perfectamente enmarcado por el dorado de su casco realzando aquel verde brillante en su mirada, sus ojos brillaban como si estuviesen acuosos o a punto de soltar lágrimas pero ninguna caía de su libida mirada. Su sonrisa se amplió al divisar aquel pánico en sus ojos, su respiración se agitó ligeramente al tener esa probada de poder sobre ella, ese control falso de las emociones ajenas y el control de su seguridad. Nunca haciendo sentir a alguien 100% cómodo en su presencia... solo su hermano lograba aquello pero era más por ignorancia y aceptación que por decisión del pelinegro.

Su otra mano descansaba sujetando la lanza que se mantenía alzada y brillante como un faro tenue y calmo... bueno, calmo por su luz, por que las puntas afiladas de este no parecían para nada pacifico. Pudo ver como cerraba sus ojos y como llevaba su mano a su pecho, posiblemente pidiendo clemencia a los Dioses que le habían enviado a tan cruel y nefasto destino. Pero su expresión cambió a sorpresa al verla encontrar su mirada con paz y calma, sin un atisbo de terror ni siquiera miedo o inseguridad... ¡Ni siquiera nerviosismo! Sus uñas arañaron la superficie de la lanza y se levantó bruscamente, ni se molestó en caminar, solo proyectó una imagen suya delante de la cama con su diestra hacia adelante en un gesto amenazador, como si fuese una estatua de piel y hueso la proyección ilusoria era perfecta en detalle y textura. Bruscamente la figura tomó vida a la vez que el Loki que se acababa de levantar quedaba estático con aquel gesto de enojo.

La mano del Dios del engaño tomó el mentón ajeno con fuerza obligandola a mirarlo al rostro, sus dedos se hundían en sus mejillas y su tacto era brusco pero elegante, preciso y mortal. Sus dedos aflojaron ligeramente y su sonrisa fue veneno puro, casi tan fuerte como el que goteaba de las fauces de su hijo que rodeaba Midgard - ¿Crees que te puede burlar de mi? ¡¿Acaso quieres que arranque esos labios tuyos que osan burlarse de mi poder?! - su voz parecía escupir las palabras con asco, con verdadero enojo al punto que raspaban su garganta saliendo algo roncas, la mano que sostenía la lanza se adelantó inclinando el arma y enseguida ella podría sentir la fría punzada de la cuchilla pinchando su cuello aún sin lastimarle. Su voz se volvió más baja, un susurro que solo acentuaba lo que era capas... o lo que mostraba que era capas - Eres mía ahora y como tal me obedecerás en lo que te diga y no osarás alzarme la mirada, la voz o las comisuras sin que yo te lo ordene. ¿Entiendes? - La mirada fija del Dios era tan severa y dura como el material de su lanza, pero el sonido del golpetear de la puerta le hizo desviar al mirada a esta.

Sus dedos dejaron de sentirse contra su piel y quedó inmóvil desapareciendo enseguida, detrás volvió a sentarse y en el tiempo que aquello le tomó sus ropas volvieron a ser normales desapareciendo su armadura así como su lanza volviendo a ser un bastón - Adelante... -

La respuesta del dios fue fúrica y contundente. Su rostro fue arrebatado por una mano sin clemencia, que se sentía tan real como una auténtica mano de carne y hueso, tal vez porque absolutamente reales eran los sentimientos que la animaban. Lys volvió a mirarle a los ojos, a esas lanzas filosas, llenas de ira y de agresión. Su corazón se estremeció, y del sobresalto tragó el bocado que estaba masticando, casi pasándolo por el lado equivocado.

Los dedos del dios eran como agujas contra su carne, una garra sobrenatural, cuya fuerza y precisión excedían cualquier parámetro mortal. Se encontraba la elfa ante un hombre que todo lo podría, que si lo deseaba podía obrar su voluntad sobre ella sin que la curandera pudiese en modo alguno detenerle.

El dios ciertamente tenía mil caras, puesto que había pasado por la frialdad, una lejana calidez, la lujuria y ahora la vibrante amenaza, en unos pocos minutos. Lo tenía en ese momento más cerca que nunca, discernía con claridad todos los músculos crispados de su rostro, el brillo de sus iris glaucos y la textura de su piel en tensión. Recibió la ira del dios, aún a través de la ilusión, de una forma muy directa y visceral. Fue un impacto directo, casi como si una bestia la golpeara de frente o un arma acertase en su estómago o en su rostro.

Sintió en el aliento ilusorio contra su cara el siseo de mil víboras negras.

No tener miedo, no tener miedo.

Era raro, tal vez un don divino, tal vez un acto de locura, tal vez una comprensión que la situaba por encima de los mortales. Pero su temor estaba apaciguado, no tenía tanto miedo...

...sólo un dolor raro en el pecho.

Bajó la mirada.

-Sí, mi señor. Lo siento.

¿Qué otra cosa podía decir? Si era su amo, el dios estaba en todo su derecho de regañarla si había hecho lo que él no deseaba. No estaba en posición de replicar, así que simplemente obedeció. No se le ocurría nada mejor que hacer y no quería pelearse con su señor. Aún así, el tono de su voz en tan breves frases no mostraba susto; no se había encogido de miedo a ser lastimada o algo así. Tampoco era el tono sumiso de quien se arroja al suelo ante las botas de su amo y acepta que le usen de felpudo. Era simplemente una aceptación calma de la voluntad de su señor, humilde pero digna.

Obediente.

Como si providencialmente hubiera sido rescatada, alguien golpeó la puerta y eso retrotrajo todo el avance del dios, quien incluso recuperó su disfraz de mortal. Todo ocurrió tan rápido que Lys no tuvo tiempo de acomodar los mechones de su cabello siquiera. Sólo miró hacia la puerta, con aire desorientado.

Los dedos del Dios se blanqueaban por la fuerza que hacían sobre su bastón apretando la piedra que siempre tenía una ligera luminiscencia leve, sin importar la forma en que se encontrase. La miraba con demasiada fijeza y un odio que parecía palpable en su ser, silencio demasiado peligroso para alguien como él pero que lo extendía mientras la mortal estuviese en la habitación. Solo se acercó para tomar uno de los cuencos vacíos y comprobar que estuviesen las dos jarras llenas, dejó unas frazadas extras y en voz baja preguntó si necesitaban algo. Ante la negación del pelinegro esta se retiró en silencio incómoda por el ambiente tan denso que había en aquel lugar. La puerta se cerró suavemente y en silencio se escucharon los pasos alejándose.

No objetó, no se acercó, ni dijo palabra, no tenía razón para quejarse, solo enojarse, no podía ordenarle que le temiese, era algo que él tenía que lograr por su orgullo. Igualmente se le notaba enojado y turbado. Se levantó y tomó la jarra con cerveza, por más que no era su bebida preferida y volvió a la silla girándola para quedar de perfil a ella mirando el fuego nuevamente, el fuego proyectaba una sombra difusa en la pared pero claramente se veía la verdadera forma del Dios, con sus imponentes cuernos sobre su cabeza y sus anchos hombros cubiertos por la armadura y su capa. Mascullaba en voz baja y entredientes sin decir nada claro ni nada en concreto, solo moviendo sus labios y alguna que otra vocal más pronunciada pudiendo identificar palabras como respeto o utilidad.

Su atención se centró en el fuego nuevamente, su entretenimiento cuando estaba aburrido y lo que le recordaba a momentos pasados cuando no tenía que vivir en una maldita tierra de hielo lejos de las tierras que consideraba suyas por derechos y donde había sido desterrado. Solo el recuerdo le hacía apretar la jarra con sus dedos y beber algunos tragos antes de lanzar la jarra con parte de su contenido a la chimenea con un estruendo algo fuerte, la jarra se partió en varios pedazos y la cerveza derramada apagó parte del fuego goteando por el costado de la boca de la chimenea. Un ligero gruñido le hizo hundirse en su asiento volviendo a separar las piernas y curvar su espalda en una pose de extremo relajada y vaga. Su codo descansaba en su muslo y su dedo tocaba sus labios frotándolo suavemente en un gesto pensativo pero con sus cejas sumamente fruncidas. De la nada preguntó - Eres sacerdotisa ¿Puedes curar cualquier raza? - no la miró para preguntarle, seguía con su vista fija en la llama que costosamente intentaba sobrevivir a la leña mojada.

La sierva se marchó luego de su tarea y dejó a ambos solos nuevamente en la habitación. Aunque el dios se puso a caminar, acercándose, Lys no se movió y dejó sus ojos clavados en el cobertor. El hombre pasó por su lado y la curandera sintió otro pequeño toque de miedo, pero Loki no le hizo daño alguno. Su presencia poderosa se detuvo, y luego volvió a alejarse.

Luego de unos momentos, la curandera se atrevió a espiarle. Él no la miraba, estaba más bien sumido en sus propios pensamientos, y se notaba la tormenta de su rostro así como la fuerza con que asía la jarra de cerveza. Estaba irritado, enojado, pero no la atacaba ni lastimaba en modo alguno, como habría sido su derecho en calidad de amo de ella.

Loki estaba frustrado.

Apretó los labios por entre sus dientes para reprimir una pequeña sonrisa de triunfo. Seguramente el dios no estaba acostumbrado a ser contrariado de esa manera, se lo veía de patente malhumor. Era un alivio para ella que no le hiciera daño, lo cual mostraba, al menos en apariencia, un carácter civilizado por parte del dios.

Se sobresaltó cuando Loki estrelló la jarra de cerveza, y se cubrió la boca con la mano para ocultar una nueva sonrisa espontánea. Se apresuró en borrarla de su rostro y volver a mirar hacia abajo, por las dudas. Ahora que le veía más, en cierto modo el dios era como un niño haciendo un berrinche silencioso; yéndose enfurruñado hacia un costado de la habitación y revoleando algo por los aires. Se obligó a no subestimarle, pero no podía escapar a la sensación de que Loki tenía algo de infante, detalle que le produjo una momentánea ternura.

La pregunta abrupta de él cortó el hilo de sus pensamientos.

-No soy sacerdotisa, mi señor, soy curandera. Y sí, puedo curar cualquier raza. Incluso dioses.

Hizo la última aclaración porque sospechaba que por ahí iba la pregunta de su amo, aunque en última instancia, seguramente pocas cosas había en el mundo más misteriosas que los contenidos de la mente del dios de las mentiras.

Asintió lentamente al escucharle, era una contra que no fuese sacerdotisa pero por otro lado se ahorraría problemas... no era de sus siervos de corazón si no que por orden y por ende no serviría a su templo. Igualmente no le restaba utilidad a sus habilidades.

Su mirada seguía fija en la llama que poco a poco se hacía menor y de un movimiento de su mano la llama terminó por extinguirse dejando a semi oscuridad el lugar ya que las dos llamas que habían a modo de iluminación en los candelabros también se extinguieron, solo la luz de la mañana a travez de las cortinas toscas y roídas daban algo de luz junto con la gema azul en su báculo. Giró un poco la silla arrastrando las patas de la misma mientas se levantaba. - Apresura tu comida, cuando acabes nos iremos a Jötunheim, te dejaré allí mientras termino algunos asuntos. - dictó ansioso volviendo a tamborilear sus dedos contra el su arma de manera ansiosa.

Tenía sus ideas algo desordenadas en ese momento, el enojo y su infantilismo no le dejaban razonar en paz en ese instante. Si bien el Dios no era un niño si no que ya era un adulto tenía aún muchas características de niño así como traumas arrastrados desde esas épocas. Seguramente ahora que la curandera estuviese más cerca del Dios podría comenzar a ver aquellas facetas que las leyendas e historias no contaban.