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Ghost in the Forest {Libre}
:: El Árbol de la Vida :: Asgard :: Exteriores
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Ghost in the Forest {Libre}
La blancura de la nieve lo cubría todo con aquel hermoso manto que se extendía sobre planicie y montaña, no había lugar en el paisaje que no fuese engullido por el blancor del eterno invierto que azotaba los nueve reinos desde el inicio del sueño del padre de los dioses. La luz reflejada en el hielo hería los ojos de aquella figura que envuelta en gruesas pieles y una capucha que le cubría el rostro, cabalgaba a todo galope a través de aquel campo que alguna vez había sido verde, cubierto de hermosas flores de colores, que alguna vez había albergado vida.
Los cascos del caballo resonaban constantes y a ritmo acelerado, desde donde estaba aquellos ojos azul cobalto podían divisar la muralla de aquella ciudad, Asgard la recibía con un brillo triste, con un silencio sepulcral, no parecía ser el mismo lugar, extrañaba el resplandor que se había ido junto con el sueño en el que ahora estaba sumergido Odin.
Los árboles secos se habían convertido en borrones oscuros que de a poco iba dejando atrás. Aquel hermoso corcel negro iba a una velocidad increíble y en poco tiempo cruzó la planicie y se adentró en el espesor del bosque. El caballo, guiado por la mano de la figura femenina que lo montaba, esquivaba hábil y ágilmente los obstáculos en el camino. Piedras, arbustos y raíces gruesas salidas de la tierra y alguno que otro tronco caído. No cabía duda que la jinete era experta en terrenos escarpados y que a demás se conocía aquel sitio como si fuesen las líneas de su mano.
Una leve sonrisa se dibujó en aquellos labios pálidos que no resaltaban demasiado ante la piel nívea debajo de aquella capucha de gruesas pieles, podía sentir en el viento la proximidad de su hogar. Algunos copos de nieve caían armoniosamente a la tierra en una danza grácil, como si fuesen pequeñas hadas bailarinas girando en movimientos desiguales hasta fusionarse con la ya gruesa capa de nieve que cubría el suelo. El viento de vez en cuando soplaba recio, descoordinando el ritmo de la caída de los cristales de nieve y acariciando con su aliento helado las mejillas de la guerrera.
La sonrisa no duró demasiado, pues de la nada, un jinete en ropas negras le cerró el paso, montado en un enorme corcel color blanco, casi podía confundirse con la nieve, era una visión fantasmal. Everild haló las riendas, deteniendo de golpe el galope de su corcel, el cual relinchó y reparó un poco hasta que se detuvo. El cuerpo de la diosa se tensó, miró al jinete fijamente y se retiró la capucha lanzando una mirada helada, casi tanto como la nieve misma que caía.
-¿Quién osa detener mi marcha?- exigió saber sin soltar las riendas de su caballo negro como la noche, lista para empuñar la espada si era necesario. Eran tiempos difíciles, no se podía confiar en cualquiera, mucho menos en un jinete que salía de la nada.
Los cascos del caballo resonaban constantes y a ritmo acelerado, desde donde estaba aquellos ojos azul cobalto podían divisar la muralla de aquella ciudad, Asgard la recibía con un brillo triste, con un silencio sepulcral, no parecía ser el mismo lugar, extrañaba el resplandor que se había ido junto con el sueño en el que ahora estaba sumergido Odin.
Los árboles secos se habían convertido en borrones oscuros que de a poco iba dejando atrás. Aquel hermoso corcel negro iba a una velocidad increíble y en poco tiempo cruzó la planicie y se adentró en el espesor del bosque. El caballo, guiado por la mano de la figura femenina que lo montaba, esquivaba hábil y ágilmente los obstáculos en el camino. Piedras, arbustos y raíces gruesas salidas de la tierra y alguno que otro tronco caído. No cabía duda que la jinete era experta en terrenos escarpados y que a demás se conocía aquel sitio como si fuesen las líneas de su mano.
Una leve sonrisa se dibujó en aquellos labios pálidos que no resaltaban demasiado ante la piel nívea debajo de aquella capucha de gruesas pieles, podía sentir en el viento la proximidad de su hogar. Algunos copos de nieve caían armoniosamente a la tierra en una danza grácil, como si fuesen pequeñas hadas bailarinas girando en movimientos desiguales hasta fusionarse con la ya gruesa capa de nieve que cubría el suelo. El viento de vez en cuando soplaba recio, descoordinando el ritmo de la caída de los cristales de nieve y acariciando con su aliento helado las mejillas de la guerrera.
La sonrisa no duró demasiado, pues de la nada, un jinete en ropas negras le cerró el paso, montado en un enorme corcel color blanco, casi podía confundirse con la nieve, era una visión fantasmal. Everild haló las riendas, deteniendo de golpe el galope de su corcel, el cual relinchó y reparó un poco hasta que se detuvo. El cuerpo de la diosa se tensó, miró al jinete fijamente y se retiró la capucha lanzando una mirada helada, casi tanto como la nieve misma que caía.
-¿Quién osa detener mi marcha?- exigió saber sin soltar las riendas de su caballo negro como la noche, lista para empuñar la espada si era necesario. Eran tiempos difíciles, no se podía confiar en cualquiera, mucho menos en un jinete que salía de la nada.
EverildGuerrero - Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 28/04/2012
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