Tierra firme (libre)

El anciano dios de los mares era adepto al esparcimiento, si bien sus diversiones habían tenido que moderarse aún más de lo natural en él por obra de su vejez. Se dijo que un paseo por la posada le haría bien, cambiaría un poco el aire (demasiado mar últimamente, hasta él mismo terminaba añorando la tierra firme), se entretendría y quizás hasta conociera a alguien interesante.

Su entrada en la posada podría haber sido advertida con facilidad para quien prestara la atención suficiente. Se había armado un poco de barullo, una discusión de poca monta entre unos borrachos, y los hombres comenzaban a decir cosas poco amables en un creciente tono de voz. Sin embargo, sólo hizo falta que el anciano apareciese en el umbral de la puerta, recortado contra los relámpagos del cielo, chorreando agua de lluvia, para que los hombres moderasen sus improperios.

Un aura pacífica con un dejo de sal marina se extendió refrescante por la zona aledaña a la puerta. Los borrachos se miraron con hostilidad, luego simplemente con malhumor, y a regañadientes se sentaron. Siguieron discutiendo, pero en voz baja, y no pasaría mucho tiempo hasta que prorrumpiesen en carcajadas compartidas.

El recién llegado sólo les dirigió una mirada de reojo. Se quitó la capa azul con capucha y la colgó del perchero de la entrada. Sacudió un poco las gotas de lluvia de su barba y se dirigió a una de las mesas cerca del fuego.

El dios se sentó con un suspiro de gusto y alivio. Por entre su barba se vio a medias una sonrisa satisfecha, y miró el fuego con contento. Se humedeció los labios, se acomodó en la silla y cruzó los brazos venosos sobre la mesa. No pidió nada aún, no le apetecía tan pronto, sólo quería disfrutar del estar seco, de la calidez del fuego y de las bellas sombras que su luz proyectaba en los recovecos de la madera.

"Tanto frío..." Mi querida montura cayó muerta alguna legua antes, y ahora sólo mis piernas podrán salvarme. "¿Qué será de mí? ¿Entraré en el sagrado trono del Valhalla si es el frío el que me da muerte? Por el Ojo Ciego, que la fuerza no me abandone..." sólo mis propios pensamientos mantienen mi mente cuerda en la horrible lluvia de granizo que cae sin piedad contra mí, golpeando mi armadura y con ello mi alma en esta soledad tan fría. Pero..."¿Qué es eso?" me pregunto al vislumbrar cual espejismo un arcoiris tras un valle. "Me estoy volviendo loco...será el frío." es lo que pienso sin darle mayor importancia, pero caminando hacia allí a sabiendas que ya perdí el norte y sólo un milagro podrá salvarme; mi sorpresa: el comienzo del arcoiris tras el valle queda bien claro e incluso brillante sobre la gélida nieve, como ese milagro que esperaba. "¿Pero qué diantres...?" Me encamino hacia allá más rápido de lo que he caminado hasta ahora sobre la blanca escarcha. "¿Será...verdad? ¿El Puente Arcoiris? ¿El mismo Bifrost se abre ante mí para que alcance el Valhalla por mi propio pie? Quizá sea una prueba. Bien pues por mi honor que si así es, saldré vencedor con la espada en alto, en nombre del venerable Dios Padre de Todos."

Comienzo a subir el Arcoiris con la esperanza de hallar la salvación en su otro extremo. Camino hacia arriba por sus brillantes colores y el granizo cada vez golpea menos fuerte, aunque los vientos sí son más raudos y voraces, y la lluvia no amaina. Me abrazo a la piel de lobo que me cubre sobre mi armadura y el cuero bajo ésta, luchando por mantener todo el calor que pueda. "Nada me hará parar en el intento, no caeré ahora." Continúo ascendiendo y cada vez hace más frío, pareciera que subo la más alta montaña...pero es que supongo que eso es justo lo que es, atravesaré el mismísimo firmamento. Y así es, tras seguir avanzando ya con grave dolor en los pies por el frío abrasador una fuerte niebla que me moja entero me rodea; he alcanzado las negras nubes que me caen encima y me empapan. Más allá la calma...Ah, qué calma y qué vistas...El mismo Cosmos se abre ante mí como un libro abierto, y el Puente Arcoiris continúa más allá de lo que la mente podría concebir...algo indescriptible.

Casi me quedo congelado allí, parado en medio del Bifrost, vislumbrando la inmensidad del Cielo estrellado...¿o no es Cielo? es tan complicado..., cuando diviso una casa a lo lejos sobre el mismo Puente. Camino, camino y camino hasta acercarme a aquella extraña, alejada y solitaria casa en medio de la inmensidad, en medio de ninguna parte sobre el Bifrost. Resulta que es una gran posada, desde fuera ya se huele la sabrosa comida y también se oye alguna carcajada que otra. "¿Qué será esta locura?" Me pregunto tras sopesar el hecho de haber una Posada en medio de la nada. Abro la puerta con cautela, casi como si fuese a saltarme una bestia de su interior y entonces..."¡La Posada! ¡Es la misma Posada!" me digo a mí mismo quedando boquiabierto al descubrir que es el mismo lugar donde aparecí la vez anterior, aquella vez que me dejé en manos de aquel chamán, confiado...maldito aquel rufián. Sin embargo esta vez la Posada huele...especial, como a sal, y el ambiente es mucho más tranquilo que la vez anterior. Bueno, quizá sea normal. Me adentro y me dirijo sin demora hacia el fuego de la chimenea, necesito entrar urgentemente en calor. Alcanzo el asiento libre haciendo caso omiso del gentío y aún con todos mi atuendos encima, y me acerco más aún al fuego como si la vida (y ciertamente así es) me fuera en ello. Al rato ciago en la cuenta de que ese olor ahora es más fuerte y claro, un extraño olor a mar..."¿Qué nuevo locura me espera?" pienso girando la vista al anciano que está casi a mi lado.

-Buenas...¿noches? -digo dubitativo intentando mirar por la ventana más cercana, queriendo decantarme por alguna extraña hora horaria que se siga por estos extraños lares. "Harald..." pienso, mirando en busca del posadero. A ése sí lo conozco...

Llamó su atención el acercamiento de una figura de porte guerrero y extenuado. En silencio le contempló, con tranquila curiosidad, acercarse al fuego y buscar en él el calor que en su cuerpo faltaba. Finalmente, Njördr fue notado y saludado. El dios respondió con una inclinación de cabeza a modo de saludo.

-Buenas noches, efectivamente -dijo con su voz cálida y calma. Extendió una mano hacia la mesa que ocupaba, y la silla que había frente a él.- Te veo aterido. Siéntate y sé mi invitado, pediré algo para que recuperes tanto el calor como la energía.

Se inclinó un poco hacia el lado, buscando con su mirada al posadero. Lo encontró, saliendo de las cocinas mientras se acomodaba el chaleco. El dios, con una voz más potente de lo que se esperaría para un anciano como él, le pidió dos jarras de la mejor cerveza que tuviera.

-Me encantaría oír la historia de la aventura que te ha traído hasta aquí -prosiguió, mirando al guerrero con sus ojos azules y apacibles-. Sin embargo, aguardaré a que te hayas restituido para preguntarte por la misma.

El anciano se me presenta como un amable señor, acepto con gusto su ofrecimiento quedando lo más cerca del fuego posible y agarrado a mi piel de lobo. También parece estar muy sano y capaz para la edad que parece haber alcanzado, no es común ver ancianos tan ancianos...al menos allá de donde vengo. "¿En reailidad estoy pendido sobre el Bifrost, al igual que toda esta gente? Asombroso."

-Gracias. -respondo sorprendido por las buenas maneras tras sus palabras. Supongo, a decir verdad, que los mayores tienden a buscar caer en gracia a quien sea, pues la fuerza suficiente para enfrentar ellos mismos los problemas les abandonó tiempo ha. Espero a que llegue la cerveza, saludo con un gesto de cabeza y una sonrisa al fuerte posadero y bebo un gran trago de esa buena cerveza negra bien caliente. Respiro hondo, me relajo...y abro los ojos de nuevo con la espalda recostada en el cálido sillón. -Que así sea. Veréis, noble señor...es toda una historia. Por un lado no es ésta la vez primera que piso este salón. ¿Deseáis que empiece por el principio pues? -le digo al anciano, cerveza en mano mientras así me calienta mis heladas palmas, con una sonrisa jovenzuela como la de aquel que está entregado a la aventura y a sus vicisitudes, aun ya con una treintena de años a mis espaldas y algo más.

El anciano aguardó con paciencia y en silencio a que el guerrero bebiese y recuperase el aplomo. Ora miraba con sus ojos calmos y azules al hombre, ora contemplaba con aire ocioso y apacible las escenas que tenían lugar en derredor suyo. Bebió de su cerveza asimismo, constatando rápidamente lo buena que era. No era sorpresa, de todos modos, su elevada calidad, dado que una posada capaz de atraer seres de mundos tanto mortales como divinos tenía que estar, por lo menos, a la altura de sus exigencias.

Pareció mostrar conformidad ante las palabras del recién llegado, dado que, antes de responder, soltó una suave risa de matices cálidos que expuso el visto bueno que le daba a la ocurrencia del hombre.

-Tiene muchas horas la noche, y muchas más tienen nuestras vidas. Si te place, guerrero, cuéntame desde el mismo principio. Ansío escuchar el relato que te acompaña.

-Si es que, entonces, lo consideras un justo intercambio, extraeré de mi acervo personal alguna narración con la que devolverte el favor -agregó el anciano-. La principal ventaja de tener muchos años encima es que con ellos vienen miríadas de historias que compartir. ¿No te parece?

Muy bien. -digo acomodándome en el sillón, quitándome la piel de lobo que cuelga sobre mis hombros ya que voy entrando en calor. -Será todo un placer que compartáis la sabiduría ganada arduamente con el paso de los años sobre esta tierra helada y baldía. Bueno... -un trago más, un momento de concentración para no olvidar nada importante y allá va la historia: -Todo empezó en una lejana caverna en la que se dice vive un sabio chamán, un poderoso hombre que podía darme la clave de la victoria contra los malditos demonios que asolan el reino de Hordaland en mi patria querida. Era sabido que para que dicho chamán te compartiera sus saberes debías portarle un cofre de oro, no muy grande pero de estimado valor. Incluso se dice que los hombres que pasan por el hogar de dicho chamán no vuelven a verse, que parten hacia su destino de gloria sin mirar atrás. Curioso y anhelante de obtener la clave de la victoria, fui a él...sorpresa la mía al descubrir que no era más que un impostor. Me hizo ingerir un bebedizo que supuestamente me ayudaría a recibir el consejo de los dioses...desperté sentado en uno de esos taburetes, -digo señalando los taburetes de la barra de esta misma posada. -con un poderoso dolor de cabeza. Mas mi sorpresa no acabó ahí, atestigüé con mis propios ojos cómo unos malditos Gigantes del Hielo -nombre de mal gusto que digo en baja voz. -bebían bajo el mismo techo que yo. ¡Inaudito! Intenté desenvainar pero no pude. ¿Podéis concebirlo? Y cuando aún así me encaré a las bestias el mismo posadero me detuvo en mi intento de hacer justicia. ¡Ultraje! -la pasión en mi voz va ganando protasgonismo, pero no es heroica pasión si no más bien pura indignación, dicho sea de paso comienzo a juzgar quizá excesiva mi reacción..."¿excesiva? Agh, ya no sé ni qué pensar...qué locura." me digo a mí mismo.

El anciano bebió con mucha mayor tranquilidad que su acompañante de mesa. Escuchó con atención el relato del vehemente hombre, recostado contra el respaldar de la silla de madera. No le interrumpió en ningún momento ni hizo comentario alguno hasta que el propio guerrero se hubiese silenciado, acometido por su sentimiento de ofensa.

Nada en el venerable mostró que el relato hubiese despertado en él sentimientos semejantes. Dejó su jarra sobre la mesa y sonrió.

-Veo que no tienes a los gigantes de hielo en alta estima -comentó-. ¿O incluyes también, dentro de los eventos indignantes, el hecho de que no pudiste descargar tu violencia sobre ellos?

El dios tenía más años sobre los hombros de los que aquel mortal podía siquiera sospechar, gracias a lo cual había progresivamente ido adquiriendo una sorprendente capacidad para tomar distancia de los hechos y, por tanto, considerarlos con relativa ligereza de ánimos.

Sus comentarios me dejan algo perplejo. -¿Cómo iba a tenerlos en alta estima? ¡Son los causantes de todos nuestros males, todos lo saben! ¿Acaso vos sois simpatizante? -lo miro un incómodo instante con desconfianza, tras lo que añado: -No, por supuesto que no. -con una amplia sonrisa y volviendo a acomodarme en el sillón. A decir verdad este anciano tiene un rostro...inherentemente bonachón, como esos apacibles conductores de carromato que tanto querrías encontrarte en los largos caminos.

-¡Y por supuesto que lo incluyo! Ojalá pudiera haber hecho justicia. -continúo. -Pero a decir verdad... -me acerco para hablarle en baja voz. -En estos lares me atrevería a decir que no profesan credo alguno a los dioses. Si no mira a tu alrrededor...¿ves alguna clase de escudo Aesir? ¿El símbolo del Mjölnir tal vez? Nah...nada de eso. -y recupero mi postura, indignado, retomando la cerveza ahora algo menos caliente.

Escuchó la réplica del guerrero con calma, sin alterarse. De hecho, iba a contestar a su interrogación, pero era tal la vehemencia del hombre en comparación con la relajación del anciano, que éste no llegó a responder antes de que el guerrero se contestase a sí mismo y se diera por satisfecho con su respuesta.

-No son los Aesir los únicos dioses existentes, mi estimado compañero -replicó Njördr tranquilamente, pasando sus delgados dedos por el mango de su jarra de cerveza-. Pero es verdad, no veo ningún símbolo sagrado... Posiblemente deseen mantener la neutralidad de este lugar, o quizás posean los símbolos en algún sitio que escapa a nuestras miradas.

El señor del océano nunca había sido un dios muy fundamentalista, ni siquiera con respecto a sí mismo. Era propio de la estirpe Aesir, así como de sus seguidores más encarnizados e inspirados, el hacerse respetar con clamoroso orgullo. El estilo Vanir era más pacífico, por no decir hasta un tanto indiferente.

Le echó una ojeada más significativa antes de agregar:

-Por tu aspecto y por tus vehementes palabras deduzco que defiendes la veneración Aesir. ¿Quién es tu dios de cabecera? ¿Thor? ¿Odín?

Spoiler:

-Sé que no son los únicos... -este anciano parece...extraño cuanto menos, mejor tenerlo siempre a la vista. -Debes estar de broma. Los símbolos ocultos sólo los portan los cobardes. ¿Es eso lo que insinuas anciano? -sí, primer tuteo de la noche por mi parte, con sus claros motivos. -¿Dices que estamos rodeados de cobardes? Y por supuesto que adoro a los Aesir, a todos ellos por igual con el Gran Padre a la cabeza, Padre de Todos nosotros. Hereje el que no lo hace. -tras lo cual acabo el último trago de mi jarra y la miro, y miro al anciano con gesto interrogante. ¿Otra jarra? ¿Quizá mejor no?

Spoiler:

Era un contraste muy marcado la calma del anciano con respecto a la animosidad de su interlocutor. El viejo no se había siquiera separado del respaldar, y escuchaba al guerrero sin prisas por responderle. Nada de lo que dijera parecía alterar la tranquilidad de la voz del venerable.

El viejo se encogió de hombros.

-No estoy insinuando nada, sólo imagino explicaciones posibles. Si buscas una certeza, compañero mío, habrás de interrogar a los dueños de este sitio, en vez de elucubrar en esta mesa acerca de la naturaleza de los moradores de este lugar.

Hizo una pausa para desviar su mirada al fuego, que comenzaba a menguar ligeramente, aunque gracias a su enorme tamaño aún era más que suficiente para caldear la gran estancia.

-Me has contado, pues, una historia. ¿Es de tu interés que, en retribución, te relate yo una mía de mi propio haber?

"Bueno, a fin de cuentas ahora mismo es mejor dejar las cosas como están." pienso mientras me acaricio el mentón, pensativo tras las palabras del anciano. Callo durante el silencio que, lejos de resultar incómodo, tranquiliza mi siempre alterada ánima.

-Por favor. -digo ante su proposición, acomodándome y llamando a la camarera con la mano alzada; a fin de cuentas siempre es más gratificante la sonrisa de una hermosa moza. -De seguro tenéis mucho por contar mi señor, -digo recuperándole el respeto apropiado a un hombre de su edad y sabiduría inherente a dicha antigüedad. -habréis visto cosas increíbles de seguro, aunque es una pena que no pueda preguntaros por el mítico verano. -y una risotada amigable para acabar de recobrar las buenas maneras en la escena que no tiene porqué ser de otra manera.

El anciano cerró los ojos con una risita.

-Oh, soy más viejo de lo que parezco, mi estimado guerrero. Muchos de los cuentos de mi vida brillan bajo la luz del estío. Sí, lo he visto, he sentido el sol blanco sobre la piel, en esos días en que era azul el cielo y crecían las pasturas. Me casé en primavera, que es el tiempo anterior al verano, cuando los mundos se cubren de flores coloridas. Es curiosa la historia de mi desposorio. La dama con quien me casé vivía en tierras muy lejanas, y sin embargo, guerreros de fogoso corazón como el tuyo acabaron con la vida de sus padres. Mi esposa se acercó a ellos, que pertenecían al mismo clan que yo, exigiéndoles una compensación por el daño que le habían hecho. Siempre ha sido de armas tomar, y su presencia se imponía hasta frente a los más bravíos combatientes. En fin, para calmarla, quienes habían matado a sus padres le ofrecieron a alguno de nosotros como marido. Era sabido que muchos poseíamos belleza y fortuna, por lo cual la dama aceptó. Sin embargo, le fue impuesta una curiosa condición: podría elegir al que quisiera, pero iríamos cubiertos con mantas gruesas y sólo se verían nuestros pies. La oí decir, confiada, que conocía a aquél que de entre nosotros era el más hermoso, y que confiaba en poder reconocerlo aún en las condiciones señaladas. Nos cubrimos, entonces, con las mantas, y nos presentamos ante ella. La dama se acercó a mí y con claridad la oí decir: "son éstos los más hermosos y delicados pies que he visto en mi vida, y por ello, sé con seguridad que bajo esta capa se oculta el más bello de todos ustedes, al que elijo como esposo". -Sonrió con la mirada puesta en sus recuerdos.- Río aún, rememorando su expresión, al verme descubierto y reconocerme como uno de los más maduros del clan, y ciertamente, no el joven buenmozo que ella creyó ver en mí. Es así como, gracias a la insospechada belleza de mis pies, conseguí esposa. -El anciano rió alegremente.

No...no puede ser. Debe haber vivido siglos por lo menos para haber conocido las antiguas estaciones del año, cuando aún calentaba el Sol desde lo alto...¿será un poderoso hechicero que ha logrado la inmortalidad? Pudiera ser. ¿Y si...y si fuera un dios? Narran las leyendas de contadas ocasiones en las que los dioses han caminado junto a los hombres para guiarlos...o para condenarlos. ¿Quién es este anciano? Está claro que debo tener en cuenta que he cruzado la frontera que separa mi mundo de los confines Más Allá del Cielo, a lomos del esplendoroso Puente Bifrost...supongo que debo acostumbrarme a caminar junto a los dioses. ¡Qué dicha la mía! Oh, poderoso Odín Padre de Todos, gracias por esta oportunidad para acercarme más a Vos.

Asisto anonadado a la historia que el anciano (y tan anciano) hombre (si hombre se le puede llamar) me narra con alegría y nostalgia, y con temor hago la pregunta más obvia que cabe esperar, esperando a mi vez no encontrar otra obviedad como respuesta: -¿Hace...hace cuánto fué eso?

El anciano pensó por unos momentos.

-Dos mil. Dos mil quinientos años, tal vez. Nunca me he molestado en contar con total certeza el tiempo, sobre todo en períodos tan largos.

El venerable sabía con total certeza que una declaración tan simple despertaría, como mínimo, la estupefacción del hombre que tenía frente a sí, por no hablar de que inspiraría una abundante cascada de preguntas. Decidió anticiparse, y aclarar por sí mismo el corazón del asunto.

-Me explicaré, porque no veo nada inesperado en tu aprensión. No soy mortal, como tú, guerrero. -Sonrió con esa expresión bonachona que le caracterizaba, sus ojos como zafiros límpidos, las arrugas de la afabilidad en su rostro. Abrió su brazo un poco, en un gesto parecido a un ademán de bienvenida.- Quien paga tu cerveza esta noche no es otro que Njördr de Vanaheim, el que llena las redes de peces. Sábete afortunado, y acepta el don de mi generosidad, para que sea siempre en ti marca la abundancia.

Como celebrando una buena noticia, el anciano levantó un brazo, y se ondeó como el mar la amplia manga azul.

-¡Tabernero! Dos cervezas más.

-Pero que... -sólo eso digo, sólo eso pues al parecer se me heló la voz...y no es para menos. "¡¿Un dios?! ¡El primero que veo! Y...quizá no el último." pienso, a la vez que pienso en mi viaje a lo largo del Bifrost, viaje que me trajo aquí. Pienso también en la primera vez que estuve aquí, en esta posada, y...también pienso en la extraña fuerza que el posadero mostró. "¡Ahora todo puede ser!" Menuda cosa.

Al poco, aun cuando me han traído la jarra, me sonrojo pensando justamente en lo que pensé momentos antes de este humilde anciano. "¡Qué digo, dios! ¡Nunca fué un anciano cualquiera!" Pego un largo trago para intentar recobrar la compostura y la tranquilidad y digo: -Gran historia, mi señ... -"¿...señor? ¿Es esa forma de tratar al gran Njördr? Diantres, si ni siquiera sé cómo tratarlo." E igual que hasta ahora lo trato. Continúo sentado, con la calma que puedo y a cada instante forzándome más en la asimilación del hecho. -Es todo un honor, gran Njördr. -digo levantando la jarra y bebiendo un trago en su honor. "¿Qué hacer? ¿Qué decir?" pienso sin lograr toda la calma que deseo.

-Pues...parece que era el Puente Bifrost al fin y al cabo. -digo sonriendo medio sonrojado al no saber qué decir, tras unos incómodos instantes. Bebo de nuevo e intento centrarme, cuando me descubro a mí mismo sorprendido de nuevo. -¡Así que si sigo ascendiendo La alcanzaré! -sé que mis ojos brillan, no es difícil deducirlo sin falta de espejo alguno. -¡La Gran Ciudad Dorada! ¿Habéis estado alguna vez? -acabo preguntando emocionado.

Dejó con paciencia que el mortal asimilase tan inaudita noticia. Agradeció las cervezas y volvió a beber sin prisa alguna. Vio la agitación en su compañero de mesa, inquietud totalmente explicable, y la dejó ser. Inclusó sonrió un poco ante el color que tomaban las mejillas del guerrero, encontrándolo algo cómico.

-Y es un gusto conocerte a ti, guerrero. Me gustaría mucho saber tu nombre -respondió, elevando a la vez su cerveza para beber a la salud de su invitado.

La fortuna sonreiría, entonces, a aquel que recibiese la benevolencia del dios.

-Lo era -sonrió Njördr, y levantó las cejas-. ¿Asgard, dices? ¿La morada de los Aesir? Destino curioso el tuyo. Sí, he estado allí. Un poco agitada para mi gusto; una tormenta en el pecho de cada habitante. Si deseas que sea ése tu destino, guerrero, apuntas en la dirección equivocada. No la alcanzarás si trepas por el puente colorido, pues el guardián de la puerta te enviará por donde has venido. Es en la muerte heroica donde se descorren los cerrojos y se abren las nubes, y las bellas y fogosas valkyrias te remontan al palacio de Odín. Has elegido un paraje demasiado pacífico, si es el ascenso tu voluntad.

Tan absorto me hayo en mis últimos descubrimientos que no me percato de su pregunta hasta pasado un rato. Oh, am...Mi nombre es Beowulf el Gauta, hijo de las tierras norteñas y sobrino de Hygelac, soberano de Gautlandia. Y...sí, supongo que tenéis razón. -acabo diciendo con una clara expresión de desilusión. -Supongo que encontrar el Puente no es muestra suficiente, pero...¿porqué está ahí pues? Ah, claro...para que ellos puedan venir. ¡Un momento! -digo con sorpresa como consecuencia de mi propio pensamiento. -¡Ellos podrían venir en cualquier momento! ¿Porqué no lo hacen? Sé que pueden haber motivos, nuestros ancianos nos cuentan historia tras historia para ayudarnos a comprender la naturaleza de las cosas y de los dioses pero...comprenderéis, Gran Njördr, que esta es una gran oportunidad que se me ha brindado, no puedo desperdiciarla. -un suspiro, un momento de reflexión, y: -Decidme oh, sabio Rey de la Paz, ¿qué sabéis vos de los Aesirs y los motivos que los mueven? Quizá haya algo que pueda servirme de ayuda, algo que ni las odas ni los viejos cuentos narren.

-En cuanto a los motivos -comenzó el dios, asintiendo lentamenteñ, temo que no puedo darte una respuesta única. Cada uno de ellos tiene sus razones para obrar como lo hace. A diferencia de lo que muchos humanos sospechan, no somos seres tan diferentes de ustedes. Cada uno de nosotros posee un corazón y un intelecto, que nos guían en nuestro devenir; en eso, somos como los habitantes de Midgard como tú, Beowulf el Gauta. Los dioses somos como humanos... más bien, somos aquello en lo que los humanos pueden convertirse. -El dios hizo una pausa en la que sonrió al guerrero y le dirigió un guiño.

-No estoy muy al corriente de lo que ocurre en Asgard, aunque sé que, desde el comienzo del invierno, están atravesando tiempos difíciles. Odín Alfadir, padre de todos, duerme; y no despierta. La sombra de la tristeza se cierne sobre su fiel esposa. Su progenie se encuentra dispersa, aunque tengo entendido que hace poco se llevó a cabo algún tipo de reunión en el palacio. Asgard no es mi morada, y por ende, no manejo toda la información acerca de lo que allí ocurre.

Njördr realizó otra pausa, esta vez para beber de la buena cerveza.

-Si no me falla la memoria, mi estimado Beowulf, me has pedido alguna palabra que te sirva de ayuda. ¿Te encuentras, acaso, en mitad de alguna empresa, con la que necesites auxilio?

Escucho atentamente las palabras del sabio dios. "¿Convertirme en un dios? ¿Yo? ¿Trascender la mismísima naturaleza humana? ¿Eso es posible? Supongo...supongo que después de la muerte, cuando alcanzas el Valhalla, te conviertes en uno de ellos tras haber mostrado ser digno pero...¿hacerlo en vida? No sé..." Me hace plantearme, también, lo poco que en verdad conocemos al Gran Padre. "Alfadir...ese apellido me era por completo desconocido. Curioso, eso le añade un origen. ¿El Padre de Todos tiene origen? ¿Entonces cómo eran las cosas antes de Él? Agh...demasiadas preguntas, supongo que es lo que sucede cuando comienzas a bislumbrar el conocimiento." -Oh, sabio Njördr...muchas gracias, de veras. -"no soy digno" diría, pero eso sería insultar su criterio. Si me cuenta Él estas cosas, es porque Él me juzga digno, y quién soy yo para contrariar dicho juicio. -¿Empresa? No...bueno, no más que la de servir mejor que hasta ahora al Gran Padre de Todos, pues Él guía mi espada pero soy yo el que la empuña, y sé que me queda mucho por aprender aún habiendo visto ya tanto. Aunque...supongo que no tanto como vos, mi señor. -recapacito un momento, tomo un trago y... -Agh, me invade la impotencia, Gran Njördr. No puedo ir a Él ahora para intentar ayudar o bien hacer guardia eterna en sus aposentos, no hasta probar ser digno en la gloria de la batalla. ¿Qué hacer, pues? Si acaso pudiera hablar con Su hijo, el Poderoso Thor, y pedirle consejo...Rezaré, pediré consejo a su hijo, hablaré con sacerdotes y sacerdotisas...Agh, ¿qué hacer? Y por cierto... -añado. -Habéis dicho que podría trascender mi propia naturaleza, que todos los humanos podemos, pero...¿antes o después de mostrar ser dignos? -no puedo evitar hacer la pregunta, la ilusión más simple y a la vez más poderosa me recorre de extremo a extremo. ¿Y si pudiera ser?

El anciano escuchaba en silencio las palabras del guerrero a la vez que bebía de su jarra y le observaba con sus ojos azules por encima del reborde. Era notoria la diferencia entre la vehemencia y la pasión del guerrero y la calma imperturbable del dios, sentado éste con las mil ondas de sus ropajes azules esparcidas como olas en derredor de sí.

-Es el fuego de tu corazón prueba suficiente de que en ti está sembrada la semilla del Árbol del Mundo -sentenció, un poco extrañamente-. Si tu ardor interno te lleva a la lid sagrada, así sea. Thor te habla, hijo, con su voz estruendosa tan característica, pero también con golpes mudos. Esos golpes que sientes desde dentro del pecho, tu corazón que se acelera ante aquello que le apasiona. Síguele, guerrero, doquiera te lleve. He ahí la voz de los dioses.

En ese momento, el dios hizo una pausa. Sonrió, sin dar mucha explicación acerca de por qué sonreía. Miró a su compañero de mesa a los ojos.

-Ah, Beowulf hijo de Hygelac, la trascendencia se encuentra justamente en nuestra dignificación. No es antes, no es después. Es el acto mismo de lograr dar el paso, de vencer al monstruo, de conquistar la tierra, he ahí cuando los humanos se acercan más a los dioses. La mayor victoria es, en fin, aquella que conquistamos sobre nosotros mismos. -Njördr se inclinó sobre la mesa, aproximándose al guerrero, y señalando hacia arriba miró en dirección al techo, como indicándole a su interlocutor que le siguiera la mirada.

-Sobre nuestras cabezas se abre, generosa y hermosa, la copa del cósmico Yggdrasil, la morada de los mundos. Entre sus ramas, crecen las manzanas doradas que custodia Idunn, la Estrella del Este. Los dioses somos como tú y los tuyos, Gauta. -Njördr finalmente volvió a su sitio.- Lo que nos diferencia es que, por distintos caminos y sacrificios, hemos llegado a la cima y merecido la sidra rejuvenecedura que Idunn fermenta. He ahí el secreto de nuestra longevidad. Hemos sido merecedores del don directo del Universo.

Njördr cerró unos momentos los ojos, y no los abrió cuando, unos instantes después, volvió a separar los labios. Sin embargo, no habló; su voz, suave y calma, entonó los versos de una canción.

Descendiente del Sol
Diosa y Elfa
Hija del Gran Fermentador
Guardiana de los Secretos de la Juventud,
Enséñanos a aprovechar ese niño interno, como tú haces,
La brillante, fermentas el elixir,
Tu ambrosía, cidra de rejuvenecimiento.

Hermana de los Amaneceres,
Hijas de Sunna Plumas de Cisne,
Déjanos hallar el fruto en nosotros,
Oh genio de frescura,
Oh, siempre luminosa dama del amanecer,
La oriental, la que vuelve a la vida.

¡Rejuvenécenos! Libéranos de penas y preocupaciones.
Lávanos el dolor y la culpa
Que nos encadenan a la desesperación y a la decrepitud.
Lávanos la angustia con tu potente brisa, dama,
Que todo día es amanecer cuando pasas por nuestras vidas.
Pasa hoy por nuestras vidas.
¡Abre tus brazales de blanca gaza
Y ahuyenta la bruma ante nuestros ojos!

Guárdanos un sorbo, oh vástago de Vali.
¡Permítenos dejar nuestra decrepitud
Como un abrigo que ya no sirve,
Y quedar sin nada, refulgentes, núblies, brillantes
Como tu juventud, siempre luminosa,
Más grácil Diosa de la Estrella de Oriente!

Spoiler:

Atiendo como el más atento a las significativas y gloriosas palabras del dios, las cuales me dejan pensativo. En ese tiempo en que bebo despacio y recapacito las sabias palabras, el gentilísimo Njördr me bendice con un glorioso cántico, oído (este sí) en cuentos e historias para niños y no tan niños. -Muchas gracias Gran Njördr, no soy digno de tal honor. -ahora sí me nace decirlo, su melódica voz calmaría hasta la más fiera de las bestias. -Un hermoso cántico en una bella voz, no hay duda sabio Njördr. Volviendo al tema...creo que mi corazón me pide ascender más allá de lo más alto, encontrarme con los mismísimos Aesir, y mostrar ser digno en las mismísmas alturas. ¿Heimdall no me dejará entrar? Ahora viven momentos difíciles, parece que el dolor de Midgard se trasmigra a los diversos mundos; pues bien, ahí estaré yo si mis dioses me necesitan. -y tomo un trago decidido. -¿Creéis que tengo expectativas? ¿Que debería tener esperanzas? ¿O quizá debería abandonar? Quizá me sobrevaloro... -acabo diciendo mirando la mesa.

Njördr aguardó con calma paciencia la silenciosa reflexión de Beowulf. Él también dio cuenta de su bebida, dejando la jarra ya por la mitad. Era la viva imagen de la serenidad, como si su ser mismo emanara calma, y todos se tranquilizarse a su alrededor como en la contemplación del pacífico horizonte marino momentos antes del crepúsculo.

-Si eres honesto contigo mismo y sigues tus deseos, estarás donde tengas que estar en el momento en que tengas que estar allí. -Njördr se encogió de hombros.- Es probable que tu voluntad carezca de sabiduría, no lo niego. Sin embargo, la única forma de saber si tu lugar está en lo alto o no, si has de mantener tu esperanza o no, es precisamente intentarlo. Si es tu lugar, llegarás. Si no lo es, no llegarás nunca. He ahí cómo los hechos resuelven tu problema por ti. -El dios remató su respuesta con una sonrisa.

-Soy calma donde tú eres pasión, Beowulf. No son como yo los dioses a los que por sobre todos adoras. Quizás mi consejo te resulte extraño, pues hablo en un idioma de olas plácidas y serena bruma matutina, allí donde tú te acostumbras a escuchar lanzas, clamar espadas y pregonar cargas sangrientas. Es posible que mis palabras te sirvan de poco en la lid. Sin embargo, tómalas, y reflexiona sobre ellas en la medida en que tu ánimo te lo permita. De pocos como yo te rodearás, supongo, pues marcharás hacia la campaña, hacia la batalla furiosa, donde se grita y se golpea y se mata y se muere. Aprovecha este sosiego y aprovecha también este conocimiento.

Sonrío ante la aparente simpleza de sus consejos, y me regocijo ante la sabiduría que guardan sus templadas palabras. -Muchas gracias sabio Njördr por comprartir vuestra sabiduría con un mortal. Ciertamente, no dudéis ni por un instante que tomaré vuestras palabras en alta consideración, como ya lo hago y como dichas palabras se merecen. Vuestra calma es muestra de la templanza del pasar del tiempo, muestra de oir bien los consejos que el devenir nos trae con cada nuevo día. Mas decidme, sabio Njördr, ¿qué camino tomaréis vos al salir por esa puerta? -bebo un trago mirando a la puerta de salida. -Ya sabéis, como curso general de acción al respecto de los últimos acontecimientos.

La mirada del dios siguió la del humano, hasta encontrar la puerta que había suscitado la pregunta del Gauta.

Njördr consideró un momento su respuesta, desviando sus ojos al techo y exhalando un suspiro reflexivo.

-Descenderé por el grueso tronco de Yggdrasil y veré con mis propios ojos el impacto que este antinatural invierno ha tenido en el Universo. Sí, eso haré. -El dios deslizó distraídamente la yema de sus dedos por el asa de la jarra.- Para variar, ha sido el movedizo Loki quien me ha sacado de mi estacionaria vida en el lago plácido de Vanaheim, y ha encendido tanto mi curiosidad como mi escrúpulo. Oh, y mi carcajada, además -agregó, y rió ante algún recuerdo divertido.

-Y cuando se seque la cerveza de tu jarra -siguió, mirando a Beowulf-, ¿qué camino seguirán tus pies?