Buscando respuestas {LIBRE}

Vanaheim era una tierra hermosa, como sus habitantes. Una especie de paraíso de paz y abundancia, cubierto de árboles frondosos y de flores fragantes que no dejaban de brotar desde el esponjoso suelo de tierra negra. A pesar de su legendaria prosperidad, ahora el bello paisaje dormía -o aguardaba- bajo un manto blanco, alimentado por esa lluviecilla sutil de frágiles copos que apenas duraban un instante en la palma de la mano antes de desintegrarse y desaparecer.

Había una figura azul y gris que destacaba en el paisaje albo. Un anciano caminaba, ayudado por un alto bastón de madera un poco torcido, en dirección a las lejanas ramas del Yggdrasil que apenas se adivinaban entre la bruma helada y la cortina de copos de nieve. El viento hacía ondear los largos pelos de su abrigo de piel grisácea, con el que envolvía sus hombros y protegía su espalda de la inclemente estación.

El viejo dios hizo visera con la mano, escrutando con sus ojos azules entrecerrados el horizonte blanquecino, y advirtió que había alguien más en el lugar. Sonrió y apuró ligeramente el paso, para encontrarse con aquella dama que también se explonía a la nevada.

-Está un poco fresco para una caminata -comentó, elevando la voz para hacerse oír en la distancia. Luego de una pausa, agregó:- Me gusta ese espíritu.

[Perdón por el retraso, estaba de vacaciones.]

La visión más cercana de la elfa produjo como respuesta en el anciano una dulce sonrisa, bastante característica de él. La contempló tranquilamente con sus ojos calmos como el aire matutino y de su mismo color. Respondió de buen grado la inclinación con otra semejante, y continuó aproximándose hasta detenerse a un par de pasos de la dama.

-Njördr de las aguas, querida. De modo que tú eres la hija del querido Croxass. Es un gusto conocerte en persona. Tu padre solía hablarme mucho de ti. Y por lo que veo, te ha hecho justicia.

Había algo difícil de describir en la claridad de sus ojos, en el gesto apenas caído de sus párpados, en las suaves ondas de su barba y en el movimiento leve de sus ropajes; todo en él comunicaba calma y mansedumbre, una tranquilidad imposible de romper, eterna e indestructible. La sensación lo rodeaba como un aura de plácida bondad, y eliminaba en todo aquél que se acercase, tanto las preocupaciones como las angustias.