No del mejor humor [Privado]

Recuerdo del primer mensaje :

Comenzaba a amanecer en la tierra de los mortales y las luces del alba comenzaban a iluminar las casas del pequeño poblado en tonos dorados mientras las nubes grises tomaban un tono algo rosado. El frío helaba los huesos de los mortales más a esa hora donde la nieve apenas caía comenzando a cubrir de blanco los caminos, el ligero viento apenas movía los árboles del lugar, pelados desprovistos de verde. El invierno llegaba a cada rincón de Midgard de manera inclemente y el pelinegro no podía más que disfrutar de aquella situación.

Sus hombros y cabellos comenzaban a contener los pequeños puntos blancos, llevaba una chaqueta negra gruesa con cuello de piel de lobo, pantalones algo ajustados de igual color, botas cortas con un poco de piel en su borde y una bufanda que no era más que una tira de piel de conejo negro que cubría su cuello pero no su rostro. Una de las colas de la bufanda se movía a su espalda mientras se adentraba a aquel poblado cercano al bosque, su mano enfundada en guantes de cuero negro sostenía un pequeño bastón dorado que era coronado con una gema azul que por momentos parecía tener luminiscensia propia. No parecía haber señal de vida a esas horas de la madrugada en el poblado a excepción del ruido de una taberna cercana.

Negándose a ingresar a cualquier lugar solo avanzó pensativo por la calle principal hasta llegar al centro del poblado donde normalmente se juntaban a socializar los mortales, se sentó en uno de los troncos esperando mientras miraba como las pequeñas fracciones de césped comenzaba a ser cubierto de nieve y los caminos de tierra comenzaban a humedecerse. Junto a un árbol había un perro sarnoso que olisqueaba un cúmulo de basura y parecía interesarse más en un bulto de tela que en los restos de alimento asado y huesos que se veían a un lado, distraído su mirada esmeralda se posó sobre el cuenco. Su mente solo procesaba lo que había ocurrido en el bosque pero su hilo de pensamientos se rompieron al ver un movimiento en las telas sobresaltándole. No esperaba movimiento alguno, no había personas, no había animales ni nada a la vista más que el perro, pero el bulto volvió a moverse y el perro comenzó a ladrar. Curioso se levantó y se acercó al objeto en cuestión observándole desde su altura sin agacharse o doblarse, ante su acercamiento, como era normal, el perro le miró y salió corriendo metiéndose entre dos casas. Su pie tocó el bulto de tela empujándole ligeramente solo sintiendo algo blando, intentó apartar las telas con su pie, al no funcionarle emitió un pequeño gruñido y lo intentó ayudándose ahora con su bastón. Enganchó con su bastón el borde de la pesada y sucia tela y apartó la misma a un lado dejando ver lo que esta contenía debajo...

Sus cejas se curvaron ligeramente suavizando su mirada en una un poco compareciente - Pobrecilla... pequeña y débil... ¿A ti también te han abandonado y privado de todo cariño? - musitó hincándose para ver más de cerca a la pequeña criatura.

La semielfa compuso una expresión entre sorpresa, miedo y protesta.

-¿Jötunheim?

Había oído leyendas acerca de la poco agradable y nunca hospitalaria tierra de los gigantes de hielo, y ciertamente no era un lugar al que quisiera ir ni de pasada. Por supuesto, la posibilidad de viajar al mundo gélido siempre había sido para ella una mera imaginación, jamás se le habría pasado por la cabeza que efectivamente fuera a ir alli. Claro, tampoco se le habría pasado por la cabeza que iba a ser la servidora personal de un dios, así que ya le iba a venir bien hacerse a la idea de que cosas asombrosas muy probablemente esperaban en su camino.

Se recordó a sí misma que no era una manera correcta de reaccionar ante la voluntad de su señor. Tenía que empezar a prestar más atención a su conducta o terminaría irritando al dios en justa razón. No estaba acostumbrada a servir a nadie, al menos no de esa manera tan sumisa y respetuosa.

Para tratar de enmendar su exclamación, volvió a bajar la mirada y preguntó en tono más sosegado:

-¿Me dejará con alguien, mi señor? ¿O debo esperarle sola en la tierra del hielo?

Finalmente estaba allí nuevamente, su sonrisa afloró ligeramente ante la sorpresa que la voz ajena le mostró y la actitud tomada. Le encantaba esa expresión en sus ojos, ese pequeño tensar de sus labios cuando mencionó la tierra del hielo. Para alguien que hacía apenas unas horas estaba a punto de morir de frío no debí ser la mejor noticia a dar seguramente pero la más acertada para buscar esa apatía en su corazón para despertar sentimientos negativos que tanto anhelaba el pelinegro. No se ocultó su sonrisa volvió a aflorar en sus labios y su mano libre volvió a dibujar sobre su rodilla con sus dedos.

Sin embargo nuevamente ella se recobró de manera rápida mostrando aquella sumisión complaciente pero que no era exactamente lo que buscaba. No hizo más que borrar su sonrisa - Te dejaré en mi hogar. Allí no hay nadie más que los osos y los lobos que habitan fuera. Así que es mejor que no pienses demasiado en salir sola, a parte el frío de Midgard no es ni la mitad de cruel de lo que es en Jötunheim. - advirtió ya dejándole en claro que no podría salir de la casa. Su sonrisa afloró un tanto traviesa esta vez - Me sería útil una mujer, hace décadas que debo cuidar de mi solo. Alguien que limpie y cocine me sentaría de maravillas. -

Bueno, una casa era mejor que nada. Por un momento la semielfa se había imaginado a sí misma envuelta pobremente en su capa, a merced de las ventiscas, tiritando con violencia. Comenzó a imaginarse la gran morada del dios, fabulosa, inesperada, repleta de grandes fuegos de color verde como su esmeralda, cálida como cálida había vuelto el dios la estancia en que se encontraban.

Sirvienta y todo, probablemente caminaría por pasillos magníficos, habitaciones enormes cubiertas de pieles caras o de animales fantásticos, bóvedas llenas de tesoros míticos, y mil cosas asombrosas por el estilo. Dio un pequeño saltito en el sitio del entusiasmo y sonrió, pero siempre mantuvo la mirada baja para no recibir una nueva regañina.

-Entonces está bien. -Su sonrisa desapareció un momento, y luego regresó a su sitio, más sutil.- Si hace tanto tiempo que está solo, le serviré de compañía.

La perspectiva del viaje la llenaba de nuevas alegrías, que poco tenían que ver con el hecho de que la estaban llevando fuera de todo mundo conocido por los mortales, a un páramo de hielo muerto y frío asesino. Se ruborizó al darse cuenta de que, técnicamente, se iba a vivir sola con un hombre. Retorció entre sus manos el cobertor, tratando de espantar de sí esas ideas, recordándose que era sólo una sirvienta.

Pero el calor que se había instalado en sus mejillas no se iría tan fácilmente, como tampoco se iría el que había entibiado su cuerpo ante el fuego mágico del dios.

No logró comprender la emoción de la joven... repasó en su mente lo que acababa de decir. Ir a Jötunheim... Fríos, hielos... Soledad... Cocinar... Casa en la montaña... Gigantes de hielo... Osos... Lobos... Jötunheim... No, no comprendía que había de bueno en aquello, incluso con la previa mirada líbida que podría hacer temer a una joven estar a solas con un hombre, más una niña que vivió toda su vida en un templo. Nuevamente el enojo volvía a aflorarle y sus dedos apretaron su lanza con fuerza intentando no exteriorizar nada de aquello, era normal en él los berrinches y el exteriorizar cualquier disconformidad pero por alguna razón sentía que se rebajaba si hacía eso con la joven... aunque ella ya estaba jugando en el borde de la paciencia del Dios. Sus dientes se apretaron y caminó inquieto por la habitación, algunos cabellos se habían desacomodado y caían sobre su frente pero enseguida sus dedos los peinaron hacia atrás. Pequeños signos de inquietud se veían en su semblante, sus dedos se movían inquietos buscando algo que tirar o romper, su mirada buscaba también al parecer con los mismos fines.

- Si, como sea. Termina tu comida. - dijo de manera seca para cortar la conversación ya que parecía que cada momento su humor empeoraba y le costaba más controlarse o al menos parecer alguien civilizado, pero simplemente esa mujer parecía que le estaba tomando el pelo a propósito y aquello le hacía indignarse más. Nadie se burlaba de esa manera del Dios del Engaño. Una sonrisa algo ladeada nació en sus labios a la vez que quedaba parado quieto en el centro de la habitación mirando hacia la ventana.

-Sí, mi señor.

Animada pero tratando de mantener la calma, Lys terminó su comida en silencio. Para evitar a toda costa mirar al dios, que a todas luces estaba inquieto, mantuvo sus ojos en el estofado y entretuvo su mente con mil imágenes posibles de esa imaginaria y magnífica mansión que se figuraba en sus pensamientos. Su cabecita semiélfica discurrió con ideas cada vez más fantasiosas, por no decir carentes de lógica; se preguntó si como sirvienta tendría que usar alguna ropa especial, o de qué temperatura preferiría el dios su baño, o cuál sería su comida favorita, o si sabría tocar algún instrumento, o si ella tendría que aprender para entretenerle, o si en las casas de los dioses habría polvo que limpiar o simplemente eran tan excelsas que no se juntaba en ellas la suciedad, y así millones de cosas. Incluso llegó a pensar si conocería algún otro dios que fuera a visitarle, o si él la llevaría de asistente a algún banquete de seres fantásticos, y millones de cosas por el estilo.

Tan embebida estaba en sus pensamientos que el Engañador podría haber montado un número entero de acrobacia junto a ella sin ser advertido. Terminó su plato y la mitad del otro, y dio cuenta de todo el pan que le habían dejado. Se limpió con el dorso de la mano, acorde a sus modales de campesina, y se enderezó.

-Estoy lista -anunció, con la mirada en el borde de la mesa.

Cuando ella terminó de comer y anunció que se encontraba lista él Dios se detuvo en su caminar inquieto y la miró. Su semblante era seco, aún molesto y bastante arisco, su mirada se podía ver resentimiento e ira contenida pero que no liberaría, él era mejor que eso, él podía contra su propia personalidad para no desquitarse por tonterías tan banales como un mortal que no le tenía miedo. - Sal de la cama. -

Sus dedos se apretaron con fuerza contra su bastón y la alzó para golpear la parte inferior contra el piso. Un deslumbre de tono verdoso azulado se transformó en llamas que recorrieron toda la habitación en una oleada hasta el techo cubriendo todo, pisos paredes y techo con una neblina azulada con ligeras iluminaciones en tonos esmeralda. Aquellas llamas también pasaron sobre el cuerpo del Dios del Engaño deshaciendo la ilusión de las ropas normales volviéndole a vestir con su armadura dorada y casco de largos cuernos tornando el bastón en la alta lanza enjoyada. Giró la misma en sus dedos apartando sus piernas en una clara posición de ataque, el arma se afirmó en sus manos, la punta de la misma trazó en el aire una serie de runas mientras sus labios se movieron susurrando sin sonido y el pelinegro atacó con la misma la nada cortando el aire con la punta afilada de la misma.

Por unos instantes no ocurrió nada, pero enseguida por donde el filo de la lanza había pasado se comenzó a abrir una fina línea blanca que el pelinegro abrió con la punta de la lanza como si las realidades de uno y otro mundo no fuesen más que una tela la cual él cortó y apartaba mostrando una planicie helada donde a lo lejos se podían ver las montañas en una cordillera azul, blanca y negra. El frío se coló a la habitación con la nieve comenzando a blanquear el piso. - Adelante, las damas primero~ - dijo manteniendo aquella abertura abierta para ella, sus brazos y piernas estaban tensos, aquello le consumía demasiada energía mágica así como fuerza física para mantener abierto, no era igual para él viajar él solo que llevar a alguien y directamente abrir un portal espacial.

Lys se puso de pie, y un momento después una serie de asombrosos fenómenos tuvo lugar frente a ella. Por instinto se encogió, protegiéndose, y vio cómo las llamas y la neblina se agitaban alrededor de ella y bailoteaban entre sus brazos y sus ropas. Vio nuevamente al dios tal como era, en su magnificencia, y sintió claramente cómo todo lo que acontecía aceleraba su corazón.

Contempló con asombro el mundo de hielo, con ese aspecto triste e inhóspito. ¿Era all{i donde moraba Loki? ¿Por qué razón elegiría un lugar tan desolado? Le dio pena imaginarlo allí solo, sin compañía alguna, sólo rodeado del frío que ya empezaba a sentirse en la posada, y de ese paisaje oscuro y muerto.

Reaccionó ante la indicación del dios con un poco de torpeza, absorbida como estaba por la contemplación de su destino. Rápidamente miró en derredor y buscó su bolsa y su arma. Se calzó todo, se subió la capucha y se envolvió en su capa todo lo que pudo.

Se adelantó con algo de temor a la fisura entre mundos. Era evidente el esfuerzo que todo le insumía a su señor, así que decidió apresurarse. Pasó a su lado sin mirarlo, y se aproximó a la grieta con toda la seguridad que podía, sin volver la vista atrás, enfrentando su destino.

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